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México está advertido por la propia secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, sobre lo que realmente implica para su país la relocalización de las cadenas productivas que surten el mercado más grande del mundo.

El nombre del juego es friendshoring, que es algo mucho más valioso que la simple cercanía del nearshoring. Un socio amigo y, claro, si es cercano entonces podría ser el socio ideal.

Confiabilidad, antes que cercanía, puede ser la interpretación y si se pueden las dos, el éxito estaría asegurado.

Pero el México de Andrés Manuel López Obrador no es un socio amigo. No sólo porque le ha dicho demagogo al presidente estadounidense, Joe Biden, incluso más allá de los boicots del mexicano a las cumbres convocadas por el demócrata. Eso es politiquería, como dicen en las mañanas.

El México de López Obrador no es confiable, porque se empeña en no dar garantías básicas para las inversiones privadas, nacionales o extranjeras, en temas tan elementales como seguridad pública, Estado de derecho, inversión hidráulica, energía limpia y suficiente, y garantías de que no habrá afectación a las inversiones en un arranque populista.

Eso sin contar otros cuellos de botella que ha acumulado la economía mexicana como la falta de desarrollo de infraestructura verdaderamente útil para la generación de riqueza, como carreteras y puertos en lugar de un tren destructor de la selva. O generación de energías limpias con el sol o el aire y no una refinería en los lejanos pantanos de Tabasco.

Las evidencias que aportan algunos del “éxito” del nearshoring en México hablan de inversiones importantes de empresas que más bien parecen dedicadas a surtir un mercado de consumo doméstico.

O bien el dato de la Inversión Extranjera Directa del año pasado y su registro de 36,058 millones de dólares. Muy bien, sólo que apenas 13% fueron nuevas inversiones, sin demeritar una reinversión de utilidades de 74% de ese monto. Pero eso no es la prueba incontrovertible del nearshoring.

Los 3,200 kilómetros de frontera común, un instrumento como el T-MEC, el costo de la mano de obra, el acceso a los dos océanos más importantes del mundo son valores que sólo México tiene, pero las políticas del régimen lopezobradorista sí son un lastre para la toma de muchas decisiones de relocalización industrial.

Hay quien espera a ver los resultados electorales. Pero no todos tienen esa paciencia o la confianza que no se vaya a clonar con otra cara el actual mandatario y eligen destinos tan lejanos y de costos de logística tan altos como Vietnam.

Pero ese país cinco veces más pequeño que México ofrece esa amistad a las inversiones que atrae a los capitales, aunque cueste más el transporte.

Si el cálculo de los empresarios y hasta del gobierno de Estados Unidos es que a México le esperan otros seis años de más de lo mismo se pueden frustrar muchas inversiones que estarían encantadas de llegar a un país de tantas oportunidades como lo es México.

Si el próximo gobierno de nuestro país le entiende rápido a lo que podría significar para el desarrollo económico la atracción de esas inversiones, lo primero que tendría que hacer es romper por completo con los atavismos ideológicos del lopezobradorismo, sean quien sea que gobierne a partir de octubre.