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Se espera que en estos tiempos de pandemia los héroes que pueden cambiar la suerte del mundo sean los científicos que logren en relativamente poco tiempo desarrollar una vacuna, o alguna cura, para contener la expansión mortal del SARS-CoV-2 y de paso recomponer la alicaída economía mundial.

Pero algunos de los villanos que más pueden llamar la atención en estos tiempos complejos pueden ser las firmas calificadoras que se conviertan en los mensajeros de lo que ven los mercados.

Y estos personajes son, desde un buró de crédito que reporta cómo una persona, que se queda sin ingresos, deja de pagar sus créditos y por lo tanto la descalifica como sujeto de nuevos préstamos, hasta las firmas más famosas del mundo que analizan las posibilidades de pago de los países.

Y son justamente las crisis económicas el momento en que se complican las cuentas por pagar y por lo tanto vienen esos reportes negativos por parte de los analistas de riesgo.

Ya lo hemos visto en otras crisis. De hecho, en la Gran Recesión del 2008-2009, Estados Unidos perdió la calificación máxima que otorgaba a su deuda Standard and Poor’s, lo que pareció coincidir con una sanción de Washington en contra de esta firma calificadora.

Para México el riesgo de una baja en la calificación crediticia y hasta perder el grado de inversión era una realidad, incluso antes de los efectos económicos devastadores de la pandemia.

México llegó en recesión al Covid-19, con una parálisis económica auto inducida por el propio gobierno federal y con un pésimo manejo financiero de esa bomba de tiempo que es Petróleos Mexicanos.

No parece haber margen para otra cosa que no sea que la deuda soberana mexicana pierda el grado de inversión de dos o las tres firmas calificadoras más importantes del mundo. Puede no ocurrir de inmediato, pero tampoco es tan lejano el día en que la falta de planes concretos gubernamentales para reforzar las actividades económicas, y con ellos las finanzas públicas, acaben por sellar la suerte de la nota crediticia soberana.

El efecto de esa degradación es que en automático muchos fondos de inversión tienen que dejar sus posiciones en papeles públicos y privados del país sin esa estrellita del grado de inversión en la frente.

El contagio financiero de algo así es inmediato, no hay margen para poder contener una desbandada de inversionistas que presionen los mercados del país que abandonan.

Y claro que tras una pandemia y los efectos económicos devastadores del confinamiento derivado de la enfermedad, es el peor momento para recibir el golpe de una degradación, pero es justo el momento en que esas empresas que trabajan para los que prestan, apunten el dedo hacia los que deben y quizá no puedan pagar.

Pero peor que eso es que una autoridad abandone a su suerte la economía del país que dirige y que diga que no le importa ni el Producto Interno Bruto ni lo que digan las firmas calificadoras, porque lo que cuenta es el alma del pueblo bueno.