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Lo que queda más claro cada día es que a este país le urge una reforma hacendaria verdadera. Durante varios sexenios y muchas legislaturas lo más cómodo fue dejar de hacer y dejar pasar los cambios estructurales que necesitaba el país para conformarse simplemente con administrar lo antiguo. Por eso es que a estas alturas una buena parte de los problemas cotidianos responde a esa ausencia de cambios.

Hay que decir que gracias a que tras la terrible crisis de mediados de los años 90 se optó por la autonomía del Banco de México y la liberación de la cotización del peso frente al dólar, entre otras medidas financieras tomadas por aquellos años, hoy este país transita de una forma más que aceptable por las turbulencias financieras internacionales.

Pero otras modificaciones se postergaron de una manera muy irresponsable. En el terreno económico había dos pendientes básicos para sustentar un crecimiento sólido más allá del mero impulso de la vecindad estadounidense.

Tanto la reforma energética como la fiscal enfrentaban férreas oposiciones políticas de grupos que hicieron de esos necesarios cambios su bandera electoral. Los discursos simplones permearon mucho mejor que las absurdas campañas gubernamentales de triste memoria, como aquella del teso-
rito escondido bajo el mar.

Total que cada intento era bloqueado y combatido con una pobre visión opositora y con una peor estrategia gubernamental.

Habrán de pasar varios años antes de que se le pueda reconocer al presidente Enrique Peña Nieto el acierto de llevar a cabo una reforma energética, que gracias a la colaboración con el Partido Acción Nacional (PAN), resultó mucho más completa y ambiciosa de lo que incluso Ernesto Zedillo deseaba en los más salvajes de sus sueños.

No hay manera de regatear el trabajo negociador del gobierno actual para sacar adelante esa reforma y otras como la de telecomunicaciones que hoy ya arrojan resultados tangibles y muy positivos. Pero el costo en un país tendiente a la autoflagelación fue no tocar la parte fiscal.

Es cierto que a la miscelánea fiscal presentada a la par de la reforma energética le querían imponer el mote de cambio estructural. Es verdad que se dieron cambios fiscales que aumentaron la recaudación de forma importante, pero es también un hecho que tales cambios tuvieron un impacto devastador en el poder de gasto e inversión de muchos agentes económicos del sector privado.

Hoy que el gobierno federal habla de un cambio radical en el presupuesto lo que propone es un remiendo profundo de lo que existe.

Si bien la estrategia para el próximo año es por el camino correcto de no endeudar más al país, es incompleto por considerar sólo un ajuste al gasto y no un incremento en los ingresos.

México tiene un gran margen de maniobra tributaria por la vía del consumo que podría incluso disminuir las tasas generales de impuestos.

Por supuesto que se tiene que cambiar la manera de gastar de todos: gobiernos federal, estatales y municipales, además de cuidar las carteras de legisladores, judicaturas y ejecutivos.

Está claro que el gobierno federal no tiene posibilidades de impulsar un cambio legislativo fiscal sin que incluso muera en el intento. Pero hay un grupo que sí podría hacerlo, y ése es la previsible mayoría opositora que habrá de conformar la siguiente Legislatura.

¿Podría el PAN proponer una reforma hacendaria en septiembre y contar con votos priístas para ello? ¡Sin duda podría!