Elecciones 2024
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Curiosamente ahora que somos adultos hemos olvidado muchas primeras veces, sobre todo aquellos instantes de la infancia.

Nuestros rostros de sorpresa por haber descubierto que los colores pintaban en una hoja de papel, el sabor de un helado en nuestra lengua, la calma que nos daban los brazos de mamá después de una caída o los primeros regalos abiertos.

La niñez aquella en donde teníamos más aventuras por crear que miedos que nos detuvieran. Pero por alguna razón los vamos olvidando o le vamos colocando capas de valentía y madurez, que nos obligan a no saltar de la silla cuando nos alegramos o nos da lo mismo si nuestro paladar prueba algo nuevo.

Pero al menos que si cerramos los ojos y pensamos en esas primeras noches cuando ya dormíamos solos, sin mamá ni papá, en un cuarto lleno de nuestros juguetes, pero solos, podemos recordar un poco que temíamos a la oscuridad.

¿Qué hay cuando se apaga la luz? ¿Saldrán monstruos? ¿Por qué no se ve nada?. Entonces preferíamos decir las palabras mágicas “Mamá, no la apagues.”

Así pasan los años y la oscuridad comienza a integrarse a nuestra rutina del día a la noche, de despertar y dormir, de andar y parar, de acción y descanso.

Los fotógrafos amamos la luz, la buscamos para querer controlarla y congelarla. Sin ella no tendríamos fotos, recuerdos impresos y no podríamos alimentar la memoria de remembranzas.

Somos una especie de cuentacuentos de luz, no a todos les gusta contar historias, pero a muchos otros sí. Documentan lo cercano para no olvidar y lo hacen con lo lejano, para hacerlo suyo.

La cabeza de un fotógrafo es terca, es impulsiva e inquieta, buscamos para encontrar algo que nos dé la razón para dar click y verlo después.

Somos testarudos porque también capturamos lo que nos duele, podemos tomarnos un auto retrato mientras el corazón se nos derrumba, o cuando nos sentimos tan derrotados que lo fotografiamos para que sea un corte, una especie de separador entre quienes éramos antes y quienes seremos después.

Somos entrometidos, vamos viendo lo que hacen los demás y también los fotografiamos. Los hacemos nuestros a la hora de que le damos un significado propio, les ponemos nombres y nos inventamos el diálogo.

Somos conspiradores, porque con el tiempo y la valentía vamos pensando un paso adelante, vamos con la mentalidad de que algo pasará y tenemos que estar preparados para tener “la” foto.

Somos como unos niños, porque aunque hayamos tomado cientos de miles o millones de imágenes, nos seguimos sorprendiendo con lo que obtenemos.

No nos gusta la oscuridad, le tememos porque los negros nos ciegan y no podemos ver. Nos da miedo, como a los niños, así que volvemos a temer.

Adnan Abidi, es un joven fotoperiodista de la India, ganador dos veces del Pulitzer  y es parte del equipo de fotógrafos de la agencia Reuters.

Abidi tiene la experiencia de estar en situaciones de conflicto, en el caos humanitario, en la muerte y la sobrevivencia.

Es fotoperiodista, pero tiene la fortuna de saber contar historias documentando, creando una serie de eventos continuos hasta formar una narración.

Hoy le toca, quizá una de las más imponentes y crueles, que es documentar la enfermedad de su padre.

Entonces vemos esta fotografía que le han tomado, mientras acompaña a su padre quien ya luce más delgado, cansado y como si fuera un niño.

Ese momento en el que, supongo, volvemos a recordar esas primeras veces porque nos volvemos padres de nuestros viejos, nos convertimos en los acompañantes, cuidadores, guías, amigos, y sobre todo en adultos que les dan seguridad para no sentirse solos.

Recordamos que la oscuridad nos daba miedo y nos abrazábamos de nuestros padres para que, al cerrar los ojos, no sintiéramos ese desamparo.

Pasa el tiempo y los roles cambian, nuestros padres buscan ese abrazo para quela nostalgia no los atrape y la oscuridad de cerrar los ojos, no sea para siempre.  ¿Qué hay cuando se apaga la luz?, y te das cuenta que vuelve la misma pregunta que nos hacíamos de niños.

Abidi ha compartido más de 20 retratos de la enfermedad de su padre, lo frío del hospital, las visitas de su esposa y la soledad de terapia intensiva.

Es ese testarudo, valiente y catártico, si es que se le puede nombrar así, fotógrafo que continúa documentando, aunque le duela.

En la publicación de la imagen que aquí lo vemos abrazado de su padre, como no queriéndolo dejar ir, como si fuera el niño aquel que se aferraba a un hombre fuerte y corpulento, escribe en hindi  “Lucha toda la noche, duerme ahora(… ) Todas  las personas tienen miedo a la oscuridad .

No nos gusta la oscuridad - nos-da-miedo-la-oscuridad
Foto: Abnan Abidi / Instagram @adnanabidi

Él sabe que en el fotoperiodismo se necesita ir más allá de lo visible y descubrir una historia dentro de una historia, pero en esta ocasión, él es parte de la historia de su padre.

Así, curiosamente la vida nos regresa a las emociones primerizas y a evocar el temor de la oscuridad en una fase demoledora, que es estar al filo de perder a nuestros padres.

Como lo dije párrafos previos, a los fotógrafos no nos gusta la oscuridad porque nos borra lo que vimos, porque no nos permite prolongar esa sensación que nos dio en el cuerpo o porque no nos auxilia a pasmar las ganas de volver a estar allí.

Somos testarudos y nos gusta la luz, aunque seguramente no sabremos qué hacer cuando nuestros padres se conviertan en nuestros niños a cuidar y nos pidan abrazarlos para menguar ese temor a la oscuridad final.