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Todos los aspectos de la amplia relación entre México y Estados Unidos se han visto trastocados por las políticas del nuevo gobierno.

A la impresionante cifra de remesas registrada en marzo pasado, no hay que dejar de notarle ese componente del miedo que tiene tatuado.

Todos los aspectos de la amplia relación entre México y Estados Unidos se han visto trastocados por las políticas del nuevo gobierno. Algunas actividades tendrán mecanismos más automáticos, como el intercambio académico o científico, por ejemplo.

Pero hay otros aspectos, como la migración, las remesas o el turismo que sí han tenido consecuencias altamente notorias.

En materia turística, muchos de los mexicanos han optado por no viajar a Estados Unidos y en su lugar hacerlo en su propio país o a otras naciones, lo han decidido por la alta cotización que ha alcanzado el peso frente al dólar. Pero tampoco son menos aquellos que tienen el temor de ser deportados en el control migratorio por tener algún meme de Donald Trump en sus móviles. O simplemente aquellos que por un acto de congruencia y rechazo no visitan esas tierras en estos tiempos de Trump.

En materia de remesas también hay un impacto notorio en su comportamiento. No hay un despegue económico importante que explique el sustancial aumento de marzo pasado. Tampoco hay una nueva ola de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos que por volumen de mano de obra expliquen los aumentos.

En marzo pasado, las remesas que envían los mexicanos desde el extranjero, básicamente desde Estados Unidos, aumentaron 15.1% en términos anuales. Claro que en febrero pasado habían bajado 1.2 por ciento.

En diciembre del año pasado y en enero tuvieron un comportamiento nada despreciable con tasas de crecimiento superiores a 6%, pero en noviembre del 2016 habían tenido un impactante crecimiento de 25 por ciento.

Cruce todas estas cifras y sus respectivos meses con la llegada de Trump al poder y nos encontraremos con coincidencias importantes.

En noviembre pasado, tras el sorpresivo triunfo del republicano, los mexicanos se apresuraron a enviar más dinero ante la incertidumbre de lo que vendría con un personaje que tantas amenazas había lanzado en contra de México.

En diciembre y enero, los trabajadores mexicanos de allá se prepararon para recibir la metralla de las políticas antiinmigrantes que se suponía preparaba Trump. De ahí el buen ritmo de ese par de meses.

Evidentemente que tantos envíos adelantados dejaron sin parque a los mexicanos que para febrero disminuyeron el ritmo de transferencias.

Pero para marzo, con la amenaza fiscal encima, con la posibilidad de que se le ocurriera al gobierno de la Casa Blanca aplicar impuestos a las remesas, otra vez se aceleró el ritmo de éstas.

Para abril ya sabíamos que no existió tal propuesta y sabemos que será más difícil de lo que esperaba Trump construir el muro y salirse con la suya en materia comercial, por lo tanto podríamos ver que las remesas se ajusten a un ritmo menos frenético.

Podrían responder a factores más económicos, como la expansión que ciertamente tiene la economía mexicana y la indudable necesidad que tienen allá de mano de obra mexicana. Aunque lo nieguen.