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a calamidad cayó con sus ojos ciegos sobre la familia de un querido amigo.

De un golpe, apartó a sus hijos de la vida útil, dejando solos a los nietos.

Para atender su casa, los jóvenes abuelos, mi amigo y su mujer, han de cambiar su vida de arriba a abajo.

Mi amigo me contó su desgracia durante una comida, omitiendo los detalles, proclives a la autocompasión. Su relato tomó el rumbo inesperado de que había cierta alegría en empezar de nuevo aun en medio de la desgracia. Dijo algo así como: La vida es lo que hay y lo que hay vale la pena vivirlo.

Hay una tradición religiosa de la aceptación del destino. Hay también una tradición no religiosa, spinoziana, de la aceptación racional de la irracionalidad del mundo. Leí en esos días una versión teológico/literaria de lo mismo.

Está en un relato de Isaak Dinesen, “La inundación de Nordeney”, https://a.co/cxLOgie.

Barridos por una inundación han quedado atrapados en un granero rodeado por las aguas una mujer de mundo, un cardenal y otros dos sobrevivientes.

Para atrancar una ventana que el viento azota, la mujer tiende al cardenal una de las ligas que ciñen sus piernas y le dice: “Su mano santificará esta liga”.

El cardenal responde: “Nada santifica, nada es santificado, salvo por el juego del Señor, que es el único ser divino. Habla usted como la persona que afirma que la mitad de las notas de la escala, digamos do, re, mi, son sagradas, pero fa, sol, la y si son profanas, cuando, madame, ninguna de ellas es sagrada en sí misma, y lo único sagrado es la música que puede hacerse con todas. Si su liga es santificada por mi débil y vieja mano, también lo es mi mano por su hermosa liga de seda.

El león está al acecho del antílope en el vado, y el antílope es santificado por el león como el león por el antílope… La mano del Señor nos coloca donde quiere que estemos. Quizá está ahora a punto de jugar una maravillosa partida con nosotros”.

La partida del cardenal y la dama resulta efectivamente maravillosa, en medio de la desgracia.