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Lo que tenemos hasta ahora es la urgencia de tomar medidas inmediatas para salvar la economía mexicana, en medio de la emergencia sanitaria por el Covid-19. Hay un país paralizado que ve cómo sus actividades productivas se apagan y acumulan retrocesos a niveles que hoy todavía somos incapaces de imaginar.

Allá afuera, en el mundo, la situación es la misma. Hay un mundo atrincherado en sus casas, con miles de millones de personas temerosas de contraer el coronavirus SARS-CoV-2. La interacción global de las finanzas y el comercio está paralizada.

Hay, pues, la urgencia de tomar medidas inmediatas para salvar la economía del país. Muchos países ya lo están haciendo.

Pero al mismo tiempo, tenemos a la 4T. Llena de dogmas y preconcepciones equivocadas de un discurso de lucha de clases que fracasó en el mundo desde el siglo pasado.

Tenemos a una mayoría en el poder que, en medio de la emergencia, ve una oportunidad de dar un golpe a la burguesía desde el proletariado y quieren obligar a las empresas a cumplir con todas sus obligaciones laborales, aunque no tengan ingresos.

No más Fobaproas. Ésta es la forma como el propio presidente Andrés Manuel López Obrador descarta, desde esa visión maniquea, cualquier posibilidad de un apoyo fiscal a las más de 5 millones de empresas que dan empleo formal a casi 20 millones de personas.

Entonces, ¿qué esperar este domingo del plan de contingencia económica que habrá de anunciar López Obrador en cadena nacional? Quizá nada bueno.

Pero lo que sí queda claro es que hoy ya sabemos que se liberarán recursos adicionales que el gobierno federal estará en condiciones de gastar.

En los precriterios que envió esta semana al Congreso, la Secretaría de Hacienda parte del dato burlón de estimar que el Producto Interno Bruto (PIB) podría crecer este año 0.1 por ciento. Es ese intento gubernamental, desde esa posición de dignos representantes del efecto Dunning-Kruger, de querer verle la cara a los demás y mantener una bandera de crecimiento.

En la parte baja de su estimación, calculan una caída de 3.9%, cifra que podría quedar en el lado optimista de los pronósticos.

Pero bueno, en su visión modificada del desempeño de este año, Hacienda informó al Congreso que ya no esperan un superávit primario de 0.7%, ahora estiman un déficit de 0.4 por ciento.

Son 85,500 millones de pesos de mayor endeudamiento que ahora tenemos que saber en qué se van a gastar. Eso es un hecho, así está estipulado en los documentos oficiales del Poder Ejecutivo notificados al poder Legislativo.

Entonces, el domingo, quisiéramos escuchar la cancelación de las obras inútiles y faraónicas del sexenio, los apoyos fiscales para los emprendedores y las personas físicas. Y un mayor gasto en inversión productiva que realmente reactive la economía.

Sueños de opio ante las evidencias. Pero deberemos conocer el destino de esos recursos que se obtendrán por la vía del endeudamiento. Y es ahí donde los fuegos artificiales de la 4T del domingo pueden convertirse en una nueva tormenta financiera del lunes.