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El problema de un catarrito mal cuidado es que puede acabar en pulmonía y nadie quiere eso en los mercados emergentes, pero hay pacientes que empiezan a tener cuadros delicados.

México se pone una bufanda y desde la Comisión de Cambios dejan ver que la economía mexicana está armada con un arsenal de dólares y que no dudará en usarlos en caso de ser necesario. Los 200 millones de dólares son la muestra de que el banco central ya le puso atención al tema.

Pero hay otros países que también están en esta ola especulativa que amenazan con agravar sus padecimientos internos y convertirse en foco de contagio.

Todo el mundo tenía claro que llegaría el día en que la Reserva Federal de Estados Unidos habría de provocar turbulencias internacionales con su cambio en la política monetaria. Por ahora lo que hay es el final del plan de liquidez y la expectativa de qué día inicia el repunte en las tasas de interés.

Hasta ahí todo dentro del guión de la película de terror que todos querían evitar cuando se emborrachaban con los dólares en exceso que recorrían el mundo hasta hace pocos trimestres.

Pero en medio del proceso de recuperación de la economía de Estados Unidos se desató una inesperada guerra entre los países productores de petróleo. Los árabes, que han visto perder su supremacía ante los nuevos ricos petroleros estadounidenses, decidieron emprender una corrección del mercado que hoy parece que ya no pueden controlar y en pleno invierno boreal han derrumbado los precios del crudo por debajo de los 60 dólares por barril.

El lugar común habla de la tormenta perfecta. La verdad es que en los mercados financieros es muy fácil crear estos huracanes de efectos devastadores. Y ésta es una de esas turbulencias que amenazan con apuntarse en la historia.

Ya le decía que hay posibles brotes de nuevos contagios, más fuertes y complicados. En América hay que poner atención a Argentina, Brasil y sobre todo a Venezuela. Tres naciones dirigidas con un estilo populista, en pleno desorden financiero que amenazan con nuevos efectos: tango, samba y vino tinto.

Pero lo que poco a poco empieza a posicionarse en la mente de los participantes de los mercados es aquello que sucedió en 1998 y que el mundo conoció como el efecto vodka.

Y es que muchas de las causas de aquel colapso ruso están hoy presentes, a diferencia de México, que algo aprendió de su propio efecto tequila y hoy se cuida con finanzas públicas sanas y un tipo de cambio flexible.

Pero Rusia no parece haber aprendido de lo que implica una dependencia económica y fiscal del petróleo, de lo que puede suceder con altos niveles de endeudamiento y no tomó la lección aquella del final de la URSS no por falta de poder militar, sino por su debilidad financiera.

Rusia se metió en Ucrania con todo su poder, pero hoy paga las consecuencias donde más le duele: en la economía. Una caída del oso ruso sin duda sería un golpe enorme para todo el mundo financiero. México está preparado para las turbulencias, pero hay golpes que cimbran y uno del tamaño de Rusia merece la pena seguirlo de cerca.