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La presidenta Sheinbaum reiteró que su Gobierno no está de acuerdo en que se graven las remesas que envían migrantes de EE.UU.

Pocas cosas he leído tan estrujantes como las páginas dedicadas por Isaiah Berlin a la pobreza de Marx, durante sus primeros años en Londres (Karl Marx, 1939).

Venía exiliado de todas las capitales europeas luego de la revolución de 1848 que sacudió a Francia, contagió a Europa y dio paso a una feroz restauración cuyo clímax fue el golpe de Estado de Luis Bonaparte, materia de una obra maestra del propio Marx: El dieciocho brumario de Napoleón Bonaparte.

Marx no tenía ingresos regulares, tenía una familia de cinco hijos, más una nana y una reputación incendiaria. Pasaron ocho años mudándose de viviendas malas a viviendas peores, primero en Chelsea, luego en Leicester Squate, hasta caer en el insalubre Soho.   Un espía prusiano  describió su vivienda: “Vive en uno de  los peores barrios de Londres. Ocupa dos cuartos. No hay un mueble decente o limpio, todo está roto, desgastado y chueco, bajo capas de polvo… En una mesa hay manuscritos, libros y periódicos,  juguetes de los niños, restos de costura de su mujer, copas con azas rotas, cucharas sucias, cuchillos, tenedores, lámparas, un tintero, unas pipas , ceniza de tabaco: todo apilado en la misma mesa.

“Al entrar al cuarto de Marx el humo de tabaco hace llorar los ojos. Es como entrar a tientas a una caverna, hasta que la vista se acostumbra a ver entre el humo. Hay una silla con sólo tres patas, la otra está completa pero en ella los niños juegan a la cocinita.

“Nada de esto perturba a Marx o a su mujer. Reciben amistosamente con cordiales ofertas de pipas, tabaco o lo que tengan. Entonces aparece una conversación inteligente cuyo interés borra las penurias domésticas y hace tolerable a incomodidad”.

En estos años de privación murieron tres de los cinco hijos de Jenny y Carlos: Guido, Edgar y Franziska.

Marx escribió a Engels (1858): “Estoy apestado como Job aunque sin temor a Dios. Todo lo que dicen los doctores se resume en que debería ser un rentista próspero y no el pobre diablo que soy, tan pobre como un ratón de iglesia”. No ha vivido nadie, apunta Berlin, con mayor capacidad de no quejarse.