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El autor de la frase que encabeza esta columna es Javier Valdez Cárdenas, la escribió dentro de un texto titulado “Periodismo en tiempos violentos”, que iba a presentar el 4 de junio del 2017 en TEDxPolanco, organización sin fines de lucro, que busca “ideas que valen la pena difundir”; Javier ya no pudo presentar su texto, fue asesinado el 15 de mayo del 2017.

Javier nació en 1967, en la misma ciudad donde lo mataron 50 años después: Culiacán, Sinaloa; fue un periodista ejemplar, reportero fundador del semanario “Riodoce”, corresponsal de “La Jornada” y colaborador del blog “Nuestra Aparente Rendición”. Esta entrega es un sencillo y afable homenaje en el segundo aniversario de su muerte.

En el año 2011, el Comité para la Protección de Periodistas, con sede en Nueva York, le otorgó el Premio Internacional a la Libertad de Prensa. “Por su valiente cobertura del narco y ponerle nombre y rostro a las víctimas”.

Autor de ocho libros: De azoteas y olvidos, Malayerba —prologado por Carlos Monsiváis, Los morros del narco (2007), Miss Narco (2010), Levantones (2012), Con una granada en la boca (2014), Huérfanos del Narco (2015) y Narcoperiodismo (2016). Los seis últimos editados por Aguilar (Santillana Ediciones Generales S.A. de C.V.).

Cuando los editores trabajaban en los detalles finales del libro Miss Narco, se suscitó una anécdota que pone de manifiesto el terreno peligroso en el que Javier Valdez se movía. Con fecha 10 de septiembre del 2009, Valdez les envió un e-mail: “Asunto: Estoy completo. Hola, amigos editores, tal vez no se enteraron —porque siempre andan en chinga, metidos en textos, papeles, pantallas y teclados, procreando y pariendo libros— pero les informo que ‘Riodoce’, el periódico semanal de Culiacán en el que también trabajo sufrió un atentado: la madrugada del lunes nos aventaron una granada de fragmentación a la planta baja, que solo provocó daños materiales. Yo estoy bien, igual que todos mis compañeros: completito, sin rasguños, fracturas ni acné. Vivo y pisteando, peleando, tecleando y soñando”.

A su muerte, Penguin Random House Grupo Editorial S. A. de C.V. publicó con el título “Periodismo escrito con sangre”, una antología de textos de Javier, seleccionados por César Ramos —autor del prólogo— entre los cuales está incluido el que nunca leyó en TEDxPolanco, en el que escribió: “Hacer periodismo en la boca del lobo, con el enemigo en casa, el narco como vecino, como padre de los chavos que van con los hijos de uno a la escuela, con el tío o sobrino o primo metido en el negocio de las drogas, es una combinación explosiva entre algo de locura, de inteligencia, de prudencia, de acrobacia informativa, ética, responsabilidad y profesionalismo: algo así como manejar un automóvil pisando el freno y el acelerador al mismo tiempo”.

También la antología aludida, cuyo subtítulo es: Textos que ninguna bala podrá callar, incluye el testimonio de tres periodistas que fueron sus amigos. Trascribo parte de lo escrito por ellos. “Javier Valdez fue un periodista valiente y valioso, generoso en la compartición de los datos y la experiencia que iba acumulando, responsable y cuidadoso para tratar de eludir la furia asesina de capos y sicarios”. Julio Hernández López. “Para Javier Valdez Cárdenas contar el mundo del narcotráfico, esa sucursal del infierno en la tierra, era como ser un nuevo Pípila cargando una enorme losa sobre las espaldas. Era su tarea como periodista. Para él era eso o hacerse tonto. ‘No quiero que me digan —me explicó una mañana de octubre en la Ciudad de México— ¿qué estabas haciendo tú ante tanta muerte? No quiero que me recriminen: ¿si eres periodista, por qué no contaste lo que estaba pasando?’”. Luis Hernández Navarro. “En medio de la tormenta, preservaba el sentido del humor, el afecto, la empatía con los demás. Su conciencia crítica no estaba animada por el odio, sino por la búsqueda de la verdad. Durante medio siglo vivió para mejorar un país que no supo protegerlo y que lo ha convertido en uno de sus mártires”. Diego Petersen.

El sentido del humor de Valdez Cárdenas, si bien un tanto cuanto negro —como lo exige la índole de su periodismo— aflora en sus escritos. En Los morros del narco, al final de cada capítulo hace una compilación de “voces de la calle”. Compartiré algunas con el lector: —¿Usted es periodista, verdad? —Sí, ¿por qué? —No se preocupe, no se lo voy a decir a nadie. (Diálogo en un bar de Culiacán entre un indigente y un reportero). “¿Vas a hacer ejercicio? Llévate el chaleco antibalas”. (Una mujer a su esposo en Culiacán). “Espero todos se encuentren bien. Por mí no se preocupen, que aquí me cuidan muchos policías, jajajajaja y no me pasa nada”. (Carta de joven preso a su madre). “Pónganle los güevos de este amigo a Calderón”. (Mensaje en la página de “Riodoce”, respecto al enfrentamiento que tuvo Alejo Garza Tamez contra supuestos Zetas, en Tamaulipas para defender su rancho. Alejo y cuatro atacantes murieron).

Concluyo esta semblanza de admiración reproduciendo las palabras con las que el periodista inmolado terminó el escrito de donde saqué el encabezado de lo que usted leyó: “Para mí dejar de escribir es morir, es dejar de caminar, de sentir, de experimentar la vida. El silencio es una forma de complicidad y muerte. Y yo ni soy cómplice ni estoy muerto”.

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