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En materia energética del TLC 2.0 hay dos posturas haciendo malabares para no chocar. La del equipo de Peña Nieto y la de AMLO. Son dos posturas casi imposibles de reconciliar, que empiezan a meter ruido sobre la posición mexicana en un asunto clave, de cara a la recta final de las negociaciones.

Ildefonso Guajardo trabajó en las negociaciones asumiendo que la modernización del TLCAN era una excelente oportunidad para profundizar la integración energética de América del Norte y una ocasión inmejorable para blindar la reforma energética. Asumir un compromiso de la talla del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ofrecería garantías a los inversionistas y aceleraría el desarrollo de una industria petrolera privada en México. Incrementaría su vinculación a la región de América del Norte, llamado a ser el clúster energético del siglo XXI.

AMLO tiene una visión del sector energético que es incompatible con la asunción de mayores compromisos en el contexto del TLCAN. El próximo presidente ha expresado su voluntad de que el Estado recupere control sobre el sector energético y no ceda soberanía en asuntos relacionados con el petróleo. En esa tesitura, no quiere un capítulo energético y, al parecer, quiere que se eliminen las provisiones en favor de las empresas petroleras en el capítulo de resolución de disputas entre inversionistas y estados.

Estas posiciones de López Obrador preocupan a los inversionistas y por eso han empezado a llegar a las mesas de negociaciones. También se han convertido en filtraciones en medios. The Wall Street Journal publicó un artículo en el que da cuenta de esta diferencia entre el gobierno saliente y el próximo. Es una complicación que ninguno de los tres equipos negociadores esperaba.

¿Podrá México sacar el tema de energía del TLC 2.0 sin provocar una reacción iracunda de EE.UU.? Ésta es una de las cuestiones que deberá sopesar la delegación mexicana. Es un asunto clave porque este sector implica niveles gigantescos de inversión, superiores incluso a los que registra el sector automotriz. Es también, el rubro de comercio que ofrece el mayor superávit para Estados Unidos en la balanza binacional (el mayor déficit para México: 16,000 millones de dólares del 2017 y 10,000 millones en el primer semestre del 2018).

¿Podría aprobar un Congreso dominado por Morena un acuerdo que sacrifique soberanía energética? Es evidente que no hay una posición única, en el caso de los grupos político y de trabajo que llegan al poder con López Obrador. Hay un polo radical que quiere echar atrás la reforma energética y un polo pragmático que se inclina por mantener la reforma, con algunas modificaciones, por ejemplo, para fortalecer a Pemex.

Hasta ahora, AMLO ha sabido mantener en calma a los dos polos y a los mercados. Su jefe negociador, Jesús Seade, insiste en que no hay un problema con la energía en las mesas… El tiempo lo dirá. Más pronto que tarde, estará obligado a tomar una postura definida. Frente al TLC 2.0 deberá decir con claridad cuál es su posición: ¿qué tipo de apertura y de nacionalismo quiere impulsar?

En las próximas semanas el TLCAN pasará al Legislativo de los tres países. Tendremos algunas semanas de revisión. Ahí, en la Cámara de Senadores, se discutirá para su ratificación o rechazo el documento negociado. No se podrán hacer modificaciones parciales, será sí o no… todo o nada.