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Recuerda el presidente de México: “Ni Pinochet, el temible Pinochet se habría atrevido a mandar asaltar una embajada”. Olvida el presidente de México: Fidel Castro, su santón Fidel Castro, asaltó la embajada de Ecuador, sacó a los disidentes y fusiló a los líderes.

Para el presidente, Fidel Castro “fue un gigante de la lucha de la liberación, uno de los dirigentes más grandes de la historia del mundo. Es un luchador social y político de grandes dimensiones”. Bueno, ese luchador fusilaba a quienes se asilaban en embajadas.

El 21 febrero de 1981, un grupo de 29 cubanos entró a la embajada de Ecuador en La Habana en demanda de asilo político. Las fuerzas de seguridad cubanas asaltaron la legación, con una enérgica protesta de Ecuador, que no había autorizado el asalto.

El 13 julio de 1990, la policía de Fidel Castro entró al patio de la embajada española en La Habana y sacó por la fuerza a un joven al que perseguían y que entró a solicitar asilo. Hacía cinco días varios cubanos se encontraban ya refugiados en la legación española.

O sea, que el presidente tiene razón: “Ni Pinochet, el temible Pinochet se habría atrevido a mandar asaltar una embajada”. Porque quien no asaltó una, sino dos, fue Fidel Castro, a quien él considera “un luchador social y político de grandes dimensiones”.

La omisión del presidente se tiene que entender por su seguimiento político, ideológico y sentimental del comunismo cubano y de jefes, pues no sólo admira a Fidel Castro: también al Che Guevara, cuyo nombre, Ernesto, le puso a su hijo menor.

“Tenemos un hijo que se llama Jesús Ernesto. Jesús por Jesucristo y Ernesto por Ernesto Che Guevara, quien fue un revolucionario ejemplar, que ofreció su vida por las ideas en las que creía”, reveló el 14 de mayo de 2017 al periodista Jorge Ramos, en Univisión.

Es el mismo Che Guevara que dijo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 11 de diciembre de 1964:

“Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando personas mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Pero eso sí, asesinatos no cometemos”.

Y, en su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, cuenta cuando mató a Echeverría, un compañero de filas: “Todavía era un muchacho. Su caso fue patético pues, reconociendo sus faltas, no quería, sin embargo, morir fusilado”.

Sin embargo, el presidente dice: “Cómo vamos a querer que alguien pierda la vida, del que a hierro mata a hierro muere, y el ojo por ojo, lo decía Tolstoi nos vamos a quedar chimuelos todos o tuertos o ciegos”.

Debe de ser difícil para el presidente lidiar con tantas contradicciones ideológicas. Y, peor todavía: intentar explicarlas.

Un sinsentido.