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Durante todo el año pasado el gobierno federal decidió ignorar las advertencias de todos los analistas, nacionales y extranjeros, públicos y privados, sobre una drástica baja en las expectativas de crecimiento económico para el 2019.

“Vamos requetebién y los analistas de mala fe nos quieren afectar”, decía con insistencia el presidente Andrés Manuel López Obrador en sus conferencias matutinas.

La negación iba mucho más allá de pretender mantener tranquila a la clientela política, a la que se le prometió una expansión anual del Producto Interno Bruto (PIB) de 4 por ciento. Cegarse ante la realidad de que la economía se derrumbaba implicaba la imposibilidad de cumplir con un presupuesto estimado con la meta de crecer al menos 2 por ciento.

En el camino de bajada rumbo al cero crecimiento se quedó un secretario de Hacienda y se echó mano de una parte de la reserva financiera destinada a las verdaderas crisis presupuestales.

La próxima semana tendremos ya un dato oficial sobre esa realidad de una economía estancada, que inició como empieza este 2020: con las revisiones a la baja de las expectativas de crecimiento por parte de los expertos de todos lados.

La economía mexicana no va a crecer este año como se volvió a presupuestar, a 2 por ciento. El Fondo Monetario Internacional (FMI) no cree que esa tasa de expansión económica pueda ser posible ni este ni el próximo año.

Y las razones son muy similares a las que veían el año pasado: sin inversión no hay crecimiento. Y existen pocos capitales dispuestos a arriesgarse en México porque la incertidumbre es muy alta.

Claro que no cae bien que los asuntos públicos se lleven al terreno de la chunga, como la rifa del avión presidencial. Pero cae peor entre los tomadores de decisiones que se intenten cambios con tintes autoritarios. Basta con ver las ocurrencias legislativas que se proponen y se esconden detrás de la cortina de humo de la rifa del avión.

La falta de respeto a los contratos, las maniobras del ejecutivo de ejercer control sobre otros poderes, la falta de aceptar los errores y recapacitar. Y, claro, las ocurrencias no hacen de México un destino que valga la pena por el nivel de riesgo.

Tenemos pues una revisión importante a la baja en las expectativas de crecimiento del PIB mexicano para este año. El FMI no ve nada más allá de 1% de expansión este año, que lleva apenas tres semanas.

Cuando bajan las expectativas económicas, los inversionistas están obligados a recalcular su costo de oportunidad. Una economía estancada no ofrece las mismas expectativas de rendimiento que una economía en expansión.

Y un gobierno que niega la realidad de una desaceleración y mantiene su ritmo de gasto implica un riesgo adicional de descomponer las finanzas públicas.

Es así como se cierra un círculo vicioso que lleva a pensar que esta revisión a la baja en las expectativas de crecimiento de México no será la única en esa dirección y que incluso el mismo FMI podría mantener sus revisiones a la baja a lo largo del año.