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Cuando comenzó a cundir la peste del nuevo coronavirus y arribó al aeropuerto de Tijuana un avión procedente de China, ninguno de sus ocupantes fue increpado ni ofendido por nadie, pero en Cozumel, antier por la noche, decenas de ávidos de dólares descargaron su furia contra la tripulación y los pasajeros del crucero Meraviglia. Por fortuna, en las naves no venía una sola persona contagiada y solo queda el registro de contrastantes actitudes sociales ante una misma situación.

Situadas en los extremos noroeste y sureste de México, la fronteriza Tijuana de Baja California y las caribeñas Cozumel, Isla Mujeres, Cancún, la Riviera Maya y otras localidades paradisiacas de Quintana Roo están atestadas de oriundos de las 32 entidades. Transterrados de sus lugares de origen por no poder satisfacer en sus terruños la canija necesidad de comer. Muchos de los convertidos en tijuanenses acamparon para siempre allí porque no pudieron cruzar a Estados Unidos, mientras que los neoquintanarroenses llegaron por las oportunidades de trabajo que les brinda la boyante industria turística de clase mundial.

En una y otras localidades, claro, también hay nativos con familias arraigadas desde tiempos ancestrales, y si los de Tijuana vienen superando el estigma de su dependencia del turismo gringo en piqueras y prostíbulos, los del Caribe mexicano viven del dinero de los codiciados visitantes nacionales y extranjeros.

Por comprensible que sea el temor a los efectos del contacto con un afectado del virus, se requiere una despreciable condición humana para hacer borlote contra quienes llegan en cruceros a Cozumel y derraman apetitosos dólares en la población, incluida la ingrata que se agolpó en el muelle para mentarles la madre.

De reconocerse, por lo mismo, es lo que declaró ayer el presidente López Obrador: “Nosotros dimos instrucciones para que se haga una inspección y que se les permita arribar y estar. Se va a cumplir con las normas sanitarias, pero no podemos cerrar nuestros puertos ni nuestros aeropuertos ni actuar de manera aislada o rechazar a quienes vienen a México o transitan por México. Imagínense, un barco llega, ni siquiera se le permite que atraque, y que continúe a ver en dónde se le permite. Eso es inhumano. Hay protocolos, se cumplen, pero no es ‘a ver, aquí no les permitimos atracar, aquí ustedes no pueden estar’. Estamos hablando de miles de personas de cualquier nacionalidad. Nosotros no podemos actuar así. En este caso, hasta en el supuesto de que fuese gente enferma, infectada, ¿por qué nosotros no vamos a atenderlos? La verdad es lamentable que haya actitudes de rechazo. Imagínense la desesperación y todo lo que implica. Cerca de cinco mil personas en una embarcación, que no pueden desembarcar. ¿Dónde está nuestro humanismo, además estando tan avanzada la ciencia? ¿Por qué esas actitudes retrógradas?”.