Hoy, lo que cuenta desde la perspectiva del régimen, es intentar trascender a través de quien garantice que esto que hoy vivimos, padecemos, va a seguir durante largo tiempo y al costo que sea
Cuando ayer trascendió que el Presidente llamaba a una reunión extraordinaria con su gabinete, legal y ampliado, además de los gobernadores de su partido, pareció que el jefe del Estado mexicano daba respuesta a la emergencia que la onda de calor había desatado en materia de salud y energía.
La emergencia declarada en materia de generación y distribución de energía eléctrica y los constantes apagones en diferentes partes del país necesitaban de una respuesta emergente y parecía que, al fin, había una reacción a nivel de estadista por parte de Andrés Manuel López Obrador.
No, la reunión emergente en Palacio Nacional fue para evitar que en la concentración que López Obrador se auto organiza para festejar, dice, los cinco años de su triunfo electoral, se ponga en peligro su luz propia ante el calor y brillo que emiten sus corcholatas.
Claramente el curso que López Obrador había planeado para su gobierno no ha salido como lo imaginó. Sin embargo, eso no lo ha hecho rectificar absolutamente nada del plan original.
Se mantiene al pie de la letra sólo apagando los fuegos, como Segalmex o el Insabi, pero sin rectificar los errores que no exploten.
Inseguridad, la falta de Estado de derecho, la militarización, hasta la reciente evidencia de la crisis del sector energético y una larga lista de focos rojos directamente atribuibles a las políticas públicas de este régimen que difícilmente van a encontrar una solución ante la falta de dos elementos básicos, interés del gobierno en atenderlos y desinterés total de la ciudadanía de exigir su solución.
Esta fase que arrancó hace ya algún tiempo es la de la trascendencia, que pasa por que López Obrador se garantice la continuidad de su proyecto personalísimo a cualquier costo.
Sueña con algo que difícilmente la historia le va a conceder, ser reconocido como un buen Presidente, él quiere ser nombrado el segundo mejor Presidente después de Juárez. No hay manera.
Por ello, lo que necesita es la garantía de que, desde una extensión del poder Ejecutivo omnipotente, quien le suceda le garantice al menos intentar construir esa historia de trascendencia.
En menos de una semana de la ilegal precampaña presidencial de Morena ya tenemos claro que este es un concurso de adulaciones al Presidente, un intento de dejarse ver como el tapete más confortable para el sueño de trascendencia de López Obrador.
El montaje de las corcholatas sirve muy bien para que a lo largo de estos 16 meses que le quedan constitucionalmente al sexenio se puedan cubrir los verdaderos problemas del país. Pero la estrategia presidencial es que haya ese juego sucesorio sin soltar los hilos del poder y sin ceder los reflectores de un régimen creado en torno a la propaganda.
Si en el camino hay apagones, si la violencia marca máximos históricos, si millones de personas siguen sin atención médica, si el país enfrenta demandas comerciales internacionales o una larga lista de calamidades, no son asuntos prioritarios del gobierno.
Hoy, lo que cuenta desde la perspectiva del régimen, es intentar trascender a través de quien garantice que esto que hoy vivimos, padecemos, va a seguir durante largo tiempo y al costo que sea.