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El pasado sábado, en el Zócalo de la capital mexicana, el presidente Andrés Manuel López Obrador y 250,000 de sus partidarios celebraron el quinto aniversario de la llegada al poder del gobierno de la 4T. En realidad, estrictamente, lo que se celebró en dicha fecha fue el triunfo electoral de Morena; pero era tanta la urgencia de Enrique Peña Nieto de dejar el poder que ya le quemaba, además de que ya no le cabía un billete más en las alforjas, que decidió, prematuramente, dejar que fuera el presidente electo quien tomara el mando. Por eso la 4T y el Señor de Macuspana celebran por partida doble: el triunfo electoral del 1º de julio del 2018 y la toma de posesión del 1º de diciembre del mismo año.

Del sábado de la conmemoración al martes en el que usted lee estas líneas ya transcurrió el tiempo suficiente como para hacer innecesaria una reseña del festejo. Una cosa sí me importa destacar porque como enuncian los lugares comunes: en política nada es casualidad y la forma es fondo. Resulta muy significativo que antes de que hablara el orador principal del acto hayan hecho uso de la palabra dos mujeres —a la manera de teloneras: la flamante secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde y la gobernadora electa del Estado de México, Delfina Gómez.

Lo anterior tiene gran significancia en la actual coyuntura del país, el mensaje emitido por el inquilino de Palacio Nacional al programar la actuación de ambas oradoras, una de ellas próxima a asumir el poder en el estado de la república que tiene el mayor número de habitantes y la otra ocupante del puesto más importante del gabinete presidencial —excepción hecha de cuando el cargo se transforma en florero; se asocia con algunos dichos de Claudia Sheinbaum, en determinados mítines de su campaña como lo que expresó en Querétaro: “No nos merecemos más, pero tampoco menos, es tiempo de las mujeres”. O lo que dijo en Oaxaca el pasado 19 de junio: “También es tiempo ya de las mujeres, nos dijeron mucho tiempo que sólo podíamos estar en algunos lugares, pero también tenemos derecho a la igualdad (…) y las mujeres también podemos ser presidentas de la República”.

En las últimas semanas ha surgido con fuerza una mujer de las filas de la oposición: Xóchitl Gálvez, sin que aún decida si va por la Ciudad o, de plano, se lanza por la grande. Recientemente —junio 23— en el programa Largo Aliento, conducido por la dramaturga, activista y periodista Sabina Berman, hizo declaraciones que, según mi opinión, la alejan de la ideología de los partidos que forman la alianza que podrían apoyarla. Xóchitl manifestó compartir “con el presidente de la República su visión de que hay que poner el énfasis en las personas que menos tienen”. Reveló que ella “jamás podría representar la corrupción” (…) “Por la única razón por la que yo estoy aquí y ahí también comparto con el presidente, es el amor al prójimo” (…) “Hoy México está enfrentando la mejor posibilidad de su historia en 100 años de poder salir adelante económicamente. No me gusta la miseria que ganan los empleados, no la comparto”. Al referirse a las pensiones de los adultos mayores, dijo ser otra de las cosas con las que está de acuerdo con el gobierno actual, pero que ella les aumentaría derechos como el que tengan acceso a medicamentos; les pagaría dentaduras, lentes y aparatos para la sordera. Reveló tener amigos gays y amigas lesbianas y no estar en contra de los matrimonios homoparentales porque “love is love”. Para que la ideología, si bien neoliberal de Xóchitl, con tintes sociales y progresistas, sea del agrado de la derecha que maneja la Alianza va por México, es algo que está, como ella lo diría con su lenguaje florido y popular: cabrón.

Punto final
En la escuela de marxismo, no hay clases.