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Tres grandes retos plantea el T-MEC para México: la transformación laboral; la transición energético-medioambiental y el reshoring, la posibilidad de atraer inversiones que ahora están en China y que buscan reducir su exposición al riesgo Dragón, ante el endurecimiento de las relaciones China-Estados Unidos.

En 2018 recibió 139,000 millones de dólares; en 2019 fueron 137,000 millones y en 2020, superó los 161,000 millones de dólares. En el año de la pandemia registró crecimiento, en contra de lo que ocurrió en Estados Unidos, Europa… y México (donde cayó 11.7%).

México recibió 29,695 millones de dólares de Inversión Extranjera Directa en 2017; 31,604 millones de dólares en 2018 y 35,000 millones de dólares en 2019. Son números importantes, pero palidecen cuando se les compara con los 75,000 millones que tuvo Brasil en 2019. México debería ser un jugador más relevante en el mapamundi de la captación de IED. Tiene diversas ventajas: un acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá; bajos costos laborales y abundancia de talento; infraestructura industrial y de servicios adecuada; además de un marco de protección de derechos de propiedad intelectual. Last but not least, vecindad con Estados Unidos y capacidad probada de funcionamiento en condiciones complicadas, tal y como quedó demostrado en los meses más duros de la pandemia.

¿Qué tanto puede cambiar la situación para México en los próximos años? La tensión geopolítica entre Estados Unidos y China abre una ventana de oportunidad gigantesca para nuestro país. Cientos de compañías que han hecho inversiones en China entienden la necesidad de reducir su exposición al Dragón y están en el proceso de tomar decisiones. En juego está la definición del mapa mundial de conexiones económicas para las próximas dos o tres décadas. Las corporaciones quieren acortar la distancia que implican sus cadenas de valor porque han aprendido los riesgos que implica tener operaciones de manufactura dispersas en varios continentes. También, han tomado nota del endurecimiento de las posiciones de los Gobiernos de Biden y Xi Jinping. En la competencia por la hegemonía mundial, hay consideraciones geopolíticas que quitan importancia a los cálculos económico-administrativos.

Algunas corporaciones quieren seguir en Asia y se relocalizan en el sureste de esa región, Vietnam es el destino favorito, compite con Malasia, Indonesia, Singapur e India. Otras empresas quieren estar mucho más cerca de Estados Unidos y exploran opciones en la región América del Norte. México es una opción lógica, por las razones arriba enunciadas, pero no la tiene tan fácil. Nos encontramos en un campo lleno de competidores que saben el poder transformador que tiene para una sociedad la inversión extranjera en actividades industriales y en servicios.

Competimos con varios países, pero también contra nosotros mismos. Contra nuestra incapacidad de superar nuestras limitaciones o de resolver nuestros problemas. Estamos retrocediendo en algunos de los rankings de referencia, como el de AT Kearney que mide la confianza que los países generan como receptores de inversión extranjera o el de competitividad que elabora el Foro Económico Mundial de Davos.

Estados Unidos, Vietnam, Europa, Brasil y hasta China están siendo muy agresivos para atraer inversión productiva. Mientras tanto, México no termina de hacer la tarea. Los inversionistas internacionales toman nota de los cambios en las reglas del juego en sectores como el energético y están conscientes de las limitaciones de la infraestructura y en Estado de Derecho. Tampoco ayudan la corrupción y violencia. A un año de la entrada en vigor del T-MEC, la pregunta es ¿Qué lugar queremos ocupar en la fábrica global… Cómo queremos competir?.