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Hace 21 mil muertos de covid (el 5 de noviembre sumaban 93 mil 228, hoy pasan de 114 mil), el director de Epidemiología de la Secretaría de Salud, José Luis Alomía, informó que mil 884 “profesionales de la salud” habían fallecido y otros 140 mil 196 estaban infectados.

Dado que por esa causa México tiene la mayor tasa de letalidad del mundo (nueve de cada cien enfermos no sobreviven), al menos mil 200 médicos, enfermeras, químicos, técnicos, laboratoristas, personal de limpieza y camilleros forman ya parte de la trágica estadística.

Habitualmente deficientes, las condiciones que privan en clínicas y hospitales públicos explican, pero solo en parte, tantas bajas, pero sin duda incide también la insuficiencia generalizada de equipos de protección para quienes tratan pacientes y corren el riesgo de infectarse.

Por eso no admite discusión que se les vea como héroes. Lo que desconcierta es que el Senado resolviera “distinguirlos” con la medalla Belisario Domínguez, reconocimiento por demás impersonal porque ninguno, entre decenas de miles que atienden la pandemia, siquiera tocará esa presea.

Integrantes de la que algunos llaman “cámara alta”, los senadores representan a las entidades federativas, pero nunca procuraron que el Poder Ejecutivo federal y los gobiernos de sus estados hicieran lo conducente para que el personal que trata de mitigar la peste recibiera los apoyos que debió tener desde un principio, tanto en aditamentos de seguridad sanitaria como en salarios y prestaciones acordes con su hazañosa responsabilidad.

Para vergüenza de las autoridades a cargo de la desastrosa “estrategia” contra la pandemia y de los oportunistas senadores, abundan testimonios públicos de que lo más importante para el personal  implicado es que se contenga la conducta irresponsable de amplios sectores sociales que se desplazan por todos lados como si no se viviera una emergencia, y que reprochan la crasa inutilidad del mariscal Hugo López-Gatell y la negligente negativa del presidente López Obrador a servir de ejemplo en el conveniente uso del cubrebocas.

El mandatario volvió a equivocarse ayer al reafirmar “mi confianza en la gente cuando se hacen llamados a que nos cuidemos”, y apoyar este dicho en la ausencia de tumultos en La Villa el pasado fin de semana. “¿Qué se está demostrando? Que la gente actúa de manera responsable, hay que tenerle confianza…”.

Yerra, porque para contener la propagación de la enfermedad se requieren acciones de gobierno tan disuasivas como las que aplicó Claudia Sheinbaum quien, con efectivos de la Guardia Nacional y la policía preventiva, impidió el acceso de millones de fieles a la Basílica de Guadalupe.

Desatados los demonios en vísperas del invierno que propicia las influenzas, desactivado el “semáforo sanitario” que se volvió ridículo y sin esperanza de que el Poder de los Poderes rectifique un ápice, lo único efectivo contra la pandemia, inclusive para el personal médico, sigue siendo el sálvese quien pueda.