Elecciones 2024
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Varias organizaciones de México acusaron al gobierno federal de presuntamente espiar a través del programa cibernético, inventado en Israel, llamado Pegasus. Las víctimas del espionaje, a través de esta herramienta, reciben un mensaje de texto trampa o gancho para que hagan clic en un determinado enlace. Al hacerlo descargan el maligno software en su teléfono móvil y con ello serán espiados mediante la cámara y el micrófono de su propio celular. El receptor de la señal del malicioso spyware no ocupa gran espacio, cabe perfectamente en un televisor de 30 pulgadas o en una podadora de pasto convencional.

El pasado viernes al inaugurar un Parque Industrial en Lagos de Moreno, población situada en el estado que limita con el estado donde se encuentra la ciudad de León, el presidente Enrique Peña Nieto descalificó de manera contundente las acusaciones de un supuesto espionaje de su gobierno contra periodistas, activistas y defensores de los derechos humanos y pidió que se aplique la ley a quienes acusan al gobierno de espionaje. Como ha sucedido en más de una ocasión durante el gobierno del mexiquense, el filósofo nacido en Parácuaro, Michoacán, criado en Ciudad Juárez, Chihuahua, y padre de más de cuatro, Alberto Aguilera, alias Juan Gabriel, reapareció desde el más allá para exclamar: ‘¡Pero qué necesidad!’. ¿Por qué el presidente debe salir al paso de cuestiones tan delicadas para su reputación personal y el prestigio de su gobierno como la del espionaje? En casos como este Peña Nieto ni parece priista. Al parecer nadie le enseñó que para asuntos como el aludido es que existen en todas las dependencias oficiales el área de chivos expiatorios.

¿Dónde quedaron sus ‘gladiadores’? —como llamó Peña Nieto a los gobernadores priistas—. ¿Por qué ninguno se adelantó a lo dicho por el mandatario y con habilidad retórica —cualidad esta que los llevó al poder— aseveró, aunque solo fuera para taparle el ojo al macho, que el gobierno del presidente Peña no espía? Seguramente los ‘gladiadores’ estaban pensando qué mecanismos implementar para poder sin hacerlo notorio sustraer la mayor cantidad posible de dinero del erario y, en última instancia, qué ruta de evacuación tomar para huir por si llegara a presentarse (tocan madera) el aciago momento en que —ni lo permita Dios— se reventara el hilo de la corrupción.

También, uno se pregunta, dónde estaban sus ‘escuderos’ —así voy a nombrar yo a los secretarios de Estado— que lo dejaron morir solo con una declaración hecha sin ninguna reflexión. ¿Por qué nadie le ayudó a moderar su tono, a contener sus palabras? Sucede que los ‘escuderos’, de momento, están agazapados, dándose de patadas por debajo de la mesa, para ver quién es el ‘afortunado’ elegido para abanderar al Partido Revolucionario Institucional para quedar, cuando mucho, en un honroso segundo lugar en el Gran Premio Electoral del 2018.

Después, Peña Nieto se convirtió en su propio Rubén Aguilar para aclarar: ‘que su gobierno no actuará en contra de quienes denunciaron un presunto espionaje’. Además el Ejecutivo condenó ‘cualquier intervención que se tenga en la vida privada de quienes son activistas y de cualquier persona’ y señaló que dio instrucciones para que la Procuraduría General de la República investigue las denuncias y deslinde responsabilidades para conocer cuál es el origen de las acusaciones. Comentó: ‘Yo mismo como presidente de la República a veces recibo mensajes cuya fuente u origen desconozco, pero procuro en todo caso ser cuidadoso en lo que hablo telefónicamente”.

Ya de regreso a la CDMX, el Ejecutivo se dirige a la residencia oficial de Los Pinos. Viaja solo con su chofer. Suena su celular. Contesta. ¿Quién habla? Soy yo, señor, para servirle. ¿Cómo te llamas? Usted dígame Pegasus. Solo hablo para decirle que en la Procuraduría General de la República su cuate el licenciado Raúl Cervantes Andrade ya se puso a trabajar para saber quiénes son los que están espiando. Hizo lo que acostumbra, mandó imprimir unos carteles que dicen: ‘Se recompensará con 1’500,000 pesos a quien informe sobre los espías’. Por cierto, estuve en la boda de don Eruviel, nomás le digo que todos los políticos de alto pedorraje, dicho sea con perdón, que estaban en la fiesta, empezando por el novio, que para eso se casó, se sienten con méritos para ser el bueno en la grande del año que entra. Yo estuve en la boda —dice el presidente. Sí, lo vi, pero se perdió usted la Luna de Miel que yo sí vi. No fue la gran cosa. Más bien parecían cien representaciones. Ah, otra cosa que capté, el más adelantado de los aspirantes a sucederlo es el que trabaja en Bucareli; con decirle que ya tiene unos anuncios donde se lee: ‘El futuro está en chino’. Por cierto, fue a la boda sin pareja, ¿verdad? Sí, ya sé que la señora Angélica está en Los Ángeles. No, de que el pleito estuvo cañón, estuvo cañón… Se gritaron tan fuerte que se enteraron hasta los espías de enfrente. Pero lo dejo, porque ya está usted llegando a su casa.

En efecto, la camioneta presidencial entra a Los Pinos. En los jardines un grupo de trabajadores labora. Peña Nieto ve a uno de ellos que trae audífonos, piensa para sí: Me gustaría ser ese tipo sin más preocupaciones que oír música por sus audífonos y manejar la podadora de pasto.