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El pasado viernes, el premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, en una conferencia magistral dada en la Convención Nacional de Industriales 2015, organizada por la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), a la que tituló “Hacía el fin de la crisis”, expresó la decepción que le causa saber que en México aún se siga esperando un despegue económico que no llega.

Durante su charla, el también profesor de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, comentó que a partir de la década de los 80 se pensó que en México se reduciría la desigualdad entre su población porque se exportarían muchos productos y habría mucha demanda de mano de obra, pero -dijo- sucedió todo lo contrario. La mexicana “sigue siendo una economía por debajo de su capacidad” -aseveró- e hizo un llamado a invertir en educación con la finalidad de reducir la desigualdad y propiciar el crecimiento a largo plazo.

Por supuesto que para un analista de la importancia y sapiencia de Krugman es imposible soslayar el impacto que tiene en nuestra economía la violencia que se vive en algunas zonas de nuestro territorio: “México desafortunadamente tiene un nivel alto de violencia doméstica y definitivamente es un problema. En las historias relacionadas con desastres en el mundo se involucran guerras civiles, de manera que los desastres económicos frecuentemente son impulsado por ellas”

Pero de todo lo manifestado por el Nobel, lo que provocó mayor interés y fue catalogado como la nota periodística del evento fue la interrogante: “¿Cuándo se dará este milagro mexicano?” Y su razonamiento: “Si la gente está cansada de esperar, yo ya me cansé de esperarlo. La liberación (apertura económica del país) tiene 30 años de antigüedad y claramente se ve que eso no bastó. No hablamos de un desempeño terrible, pero no fue lo que se esperaba, de modo que dudaría en predecir cuándo se dará este milagro”.

Yo considero que el señor Krugman será muy premio Nobel pero no está enterado de lo que sucede en el país. El milagro mexicano existe y son muchos los mexicanos de diferentes ámbitos sociales, laborales y económicos que pueden aseverarlo.

Si les preguntan a los miembros de las 37 familias que según la revista Forbes son las más acaudaladas de México, con una riqueza acumulada de 180,000 millones de dólares que equivalen a 15.1% del Producto Interno Bruto (PIB), contestarán que el milagro mexicano existe y es el que les ha permitido incrementar sus fortunas de manera exponencial.

Si les preguntan a los 128 senadores y a los 500 diputados que forman el Congreso de la Unión y a los 1,135 legisladores que componen los congresos estatales, todos ellos con sueldos comparables a los de los altos ejecutivos de las empresas que mejor pagan en el país, su respuesta será que dadas las condiciones de bonanza que se respiran en el territorio nacional (cuando menos en los lugares a los que ellos asisten), el milagro mexicano es un hecho. Lo mismo responderán los ministros de la Suprema Corte de la Nación que ganan el doble que los legisladores. Además, unos y otros gozan de prestaciones, seguros de gastos médicos, viáticos, dentistas, anteojos, y bocadillos y bebidas durante sus fatigosas sesiones.

Si la misma pregunta se le hiciera a la alta burocracia, es decir, al gabinete legal y al que se le denomina ampliado, dirán que el milagro mexicano no sólo existe sino que ellos luchan con energía, talento y entusiasmo para, siguiendo las instrucciones del señor presidente de la República, conservarlo y, en la medida de lo posible, acrecentarlo.

También dirán que, pese a todo, el milagro mexicano florece, los jerarcas de los partidos políticos (aún los de oposición), que reciben cientos de millones de pesos para gastos electorales de los cuales disponen con discrecionalidad.

Para los que el milagro mexicano es una fabulosa realidad que ha repercutido en sus hijos, a los cuales los ha hecho tan felices que lo proclaman en las redes sociales mostrando fotografías de sus mascotas viajando en aviones privados, de sus autos de 650,000 dólares, de sus yates y departamentos en los lugares más caros y bellos del mundo, son los líderes de los sindicatos de los trabajadores mexicanos. Para ellos el milagro mexicano existe y renace cada quincena, decena o semana, cuando descuentan millones de pesos a los sueldos de sus agremiados de los cuales gozan sin tener que rendir cuentas a nadie.

Pero el verdadero milagro mexicano está vivo y es cotidiano en la gente de abajo. En los que ganan el miserable salario mínimo y subsisten a base de penurias. Los que viven lejos del agua que transportan en cubetas desde kilómetros. Los niños que van a la escuela donde los pupitres son una ruina y los pizarrones se caen de viejos. Los enfermos que son mal atendidos por burócratas soberbios en instituciones obsoletas. Los que por pobres van a la cárcel después de haber confesado, a base de torturas, delitos que no cometieron. Las mujeres maltratadas, violadas y discriminadas aún en sus comunidades, nomás por ser mujeres.

El verdadero milagro mexicano es que a pesar de lo anterior y de la impunidad de la que gozan los que tienen poder y dinero, de los muchos millonarios que se producen en cada sexenio que contrasta con la cantidad creciente de población que vive en pobreza alimentaria, no estemos viviendo una revolución. Ése es el verdadero milagro mexicano.