Elecciones 2024
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En un artículo reciente en LA NACION (“Tiempos Nublados para América Latina”, publicado el 11 de enero último), alerté que América Latina debía prepararse para vivir un 2020 igual o incluso más convulso que 2019. Mi pronóstico -bastante pesimista en ese momento- quedó superado rápidamente con la llegada del Covid-19 , pandemia que agrega mayor complejidad, incertidumbre y volatilidad a un cuadro regional que ya presentaba signos crecientes de turbulencia e inestabilidad.

Se vienen tiempos nublados para América Latina. Democracias frágiles con Estados y sistemas de salud débiles son una mala combinación para enfrentar al Covid-19.

La pandemia, que se inició en Asia, tiene actualmente su epicentro en Europa. Pero las alarmas ya comenzaron a sonar con fuerza en nuestra región. La casi totalidad de los países latinoamericanos reportan un número importante de personas contagiadas mientras las cifras crecen rápidamente. En las próximas semanas y meses el Covid-19 impactará con fuerza no solo en el ámbito de la salud, sino también en el económico, social, político e incluso en nuestro estilo de vida y modo de trabajo.

Económicamente, nuestra región tendrá otro año decepcionante, con crecimiento anémico -en el mejor de los casos- o incluso negativo, con excepción de unos pocos países. El crecimiento promedio regional de 1.3% que proyectaba Cepal para 2020 dejó de ser realista. El consumo caerá con fuerza. Los precios de las principales materias primas que produce la región (soja, cobre y petróleo) se han visto muy afectados. Las Bolsas latinoamericanas han sufrido importante pérdidas mientras las monedas siguen devaluándose frente al dólar.

El cierre de las fronteras, necesario para luchar en el campo sanitario, además de sus consecuencias negativas en lo económico, está generando roces entre algunos países y podría, incluso, despertar sentimientos nacionalistas xenófobos que debiliten aún más la frágil integración regional y la globalización.

La economía mundial también sufrirá una fuerte desaceleración o incluso podría caer en una recesión como consecuencia de la combinación letal del coronavirus y de las drásticas medidas adoptadas para limitar su propagación. La recesión podría a su vez provocar una quiebra masiva de empresas, un aumento importante del desempleo -la OIT alerta que se podrían perder hasta veinticinco millones de empleos- y una grave crisis financiera. Esta es la tormenta perfecta que debemos evitar.

Este bajo nivel de crecimiento económico repercutirá negativamente en el ámbito social. La pobreza, actualmente cerca del 31%, volverá a crecer. La reducción de la desigualdad seguirá estancada o, incluso, retrocederá en algunos países. Se destruirá empleo formal y aumentará la precarización del trabajo informal. Este panorama podría gatillar una nueva ola de protestas, iguales o peores que las que tuvieron lugar a fines de 2019. Un mayor nivel de malestar social y un crecimiento del desempleo podrían provocar, asimismo, una reacción negativa en contra de los migrantes.

Los gobiernos de la región han reaccionado de manera diversa frente a la pandemia. Algunos actuando correcta y oportunamente. Otros, de manera errática y con cierto retraso. Un tercer grupo, se caracteriza por un comportamiento populista e irresponsable de sus mandatarios.

En México, AMLO expresó: “Hay que abrazarse, no pasa nada con el coronavirus” y mostró su escudo protector frente al virus: un trébol de cuatro hojas y un billete de dos dólares.

En Brasil, Jair Bolsonaro recomendó “no entrar en una neurosis como si fuese el fin del mundo”. Añadió que esta crisis podría tratarse de un movimiento fabricado contra la derecha global.

Y en Nicaragua, Daniel Ortega organizó una marcha bajo el lema “Amor en tiempos del Covid-19”.

Un mal manejo de esta grave pandemia puede llegar a tener, asimismo, consecuencias políticas severas: aumentar el malestar ciudadano con el gobierno de turno, mayor insatisfacción con la democracia y sus instituciones y una gobernabilidad crecientemente compleja. Mientras en algunos países este cuadro podría facilitar la llegada de nuevos líderes populistas autoritarios, en otros, en cambio, podría producir el efecto contrario; es decir, un debilitamiento de los líderes populistas que ya están en el poder al quedar en evidencia su incapacidad e irresponsabilidad.

Tampoco está claro qué efecto puede llegar a tener el Covid-19 respecto de las movilizaciones y protestas sociales que estaban activas en varios países de la región. De momento, las restricciones impuestas por los gobiernos para hacer frente a la pandemia parecieran haberlas puesto en cuarentena. Sin embargo, mientras no se solucionen las causas principales que le dieron origen (desigualdad, enojo con las élites, brecha de confianza entre ciudadanos y políticos, mala calidad de los servicios públicos) es probable que estas retornen o incluso se intensifiquen una vez superada la crisis.

El calendario electoral latinoamericano de los próximos meses también se verá afectado. Paraguay fue el primero que dispuso el aplazamiento de las elecciones internas de los partidos políticos y de las municipales. El plebiscito constitucional chileno del 26 de abril, al igual que las elecciones municipales uruguayas del 10 de mayo, seguramente serán aplazadas. Aún no está claro qué sucederá con las elecciones presidenciales y parlamentarias de Bolivia y de la República Dominicana del 3 y 17 de mayo respectivamente.

No hay tiempo que perder
En un escenario regional caracterizado por democracias irritadas, malestar social y gobernabilidad bajo presión, el Covid-19 vino a sumar mayor complejidad, volatilidad, incertidumbre e inestabilidad. Los desafíos para nuestra región son enormes si bien aún no podemos dimensionar con precisión sus consecuencias.

América Latina combina ventajas y vulnerabilidades para enfrentar esta pandemia. Entre las primeras, hay que aprovechar la llegada tardía del virus a nuestra región para adoptar las buenas prácticas de otros países y evitar cometer los mismos errores. Respecto de las segundas, destacan la existencia de Estados débiles, sistemas de salud frágiles, presupuestos públicos limitados, crecimiento económico mediocre y sociedades con altos niveles de pobreza, desigualdad e informalidad.

Este desafío mayúsculo e inédito someterá a una dura prueba a los gobiernos latinoamericanos. Debemos tomar conciencia de que estamos ante el mayor fenómeno disruptivo de nuestra historia. Ni hay que subestimarlo ni hay que perder tiempo. Estas son las lecciones que se desprenden de los casos de Italia y de España, países que actualmente atraviesan coyunturas muy graves.

Una situación económica frágil y un panorama social complejo obliga a los gobiernos a adoptar, con urgencia, como aconseja el documento del Imperial College del Reino Unido, medidas agresivas de supresión -y no de mitigación- para tratar de impedir un crecimiento exponencial del número de contagiados y evitar un colapso de los servicios de salud. Obliga a los gobiernos, asimismo, a masivas inyecciones de dinero en forma de créditos ilimitados con garantía pública y poner en marcha programas de apoyo a las personas, los hogares y las empresas, para evitar una cadena incontrolable de bancarrotas y despidos. Varios gobiernos europeos -Francia, España, Alemania, Italia-, así como Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y la Argentina, ya han empezado a implementar este tipo de medidas pero sin lograr aún tranquilizar a los mercados.

Pero una pandemia de esta gravedad constituye un desafío no solo para los gobiernos sino también para la sociedad en su conjunto y para cada uno de nosotros como individuos. Los gobiernos no pueden ganar esta batalla por sí solos. Nuestro comportamiento individual, responsable y solidario, es un factor crítico para ayudar a derrotar al Covid-19. Como Albert Camus en su novela La peste , yo también creo que “[?] en medio de las plagas hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

*Texto publicado en La Nación