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Bali, Id. Sigue siendo aquel, pero dejó el traje azul y la corbata en otro lado. En Bali trae un traje beige y sin corbata. El mismo lenguaje corporal, rígido, ahora más encorvado. La misma mirada inquisitiva. ¿Sigue siendo aquel? Ernesto Zedillo se ha convertido en un rockstar de las conferencias económicas de alto nivel y disfruta su rol. Más de 400 personas están ahí y lo miran con respeto.

Desde su puesto en Yale, se le reconoce como un pontífice del neoliberalismo. Argumenta con elocuencia “No culpen a los mercados ni al libre comercio. Lo que ha fallado son las políticas públicas”. Disfruta la polémica e interrumpe a Christine Lagarde más de una vez. Ella modera un panel y quiere ser el abogado del diablo, pero ese papel le sienta mejor al ex presidente porque aquí el neoliberalismo se ha convertido en uno de los diablos: “hay mucha gente que la está pasando muy mal en los países desarrollados, ¿esto no es en parte consecuencia del libre comercio?”, pregunta  la directora del FMI, Zedillo no espera a que la francesa termine la frase y dice en un inglés con fuerte acento, “hay documentos del FMI que por momentos trasmiten un sentimiento de culpa. Creo que no han levantado la voz en contra de políticos populistas que manipulan los hechos”

Lagarde sonríe.  No deja de sonreír y replica: “nuestra posición es clara a favor del libre comercio. En lo personal, yo lo he defendido desde que era Ministra de Comercio, en el 2005”.

El FMI está a favor del libre comercio. “¿Desde cuándo debe dejarlo claro?”, pregunta un periodista inglés que está cerca de mí.  El nombre del panel lo dice así. “Cómo el comercio puede promover el desarrollo para todos”. En el panel están también el comisario de Economía de la Unión Europea, Pierre Moscovici y el director de la OMC, Roberto Azevedo, además de un ministro danés que se parece a Leonardo Di Caprio, pero con casi dos metros de estatura. El francés Moscovici es el más prudente de todos, “si queremos reformar a la OMC y al sistema de comercio debemos subir a todos al barco… No debemos hablar de guerra comercial”.

Ernesto Zedillo asume con gusto el papel de provocador. Habla del proteccionismo de Brasil y rompe más de una taza cuando menciona el elefante en el cuarto: el nuevo proteccionismo de Estados Unidos. Zedillo se desespera al escuchar los argumentos de autocrítica que vierten sus compañeros de mesa. Con los años, quizá, se ha vuelto más impaciente. Levanta la voz, un poco, “la reforma de la OMC puede tardar años, mientras tanto tenemos a alguien que está haciendo todo para fastidiar el libre comercio. Impone sanciones y sube aranceles. Está bloqueando el nombramiento de los jueces que son claves para el funcionamiento de la OMC. Ese es el problema”.

Christine Lagarde lo llama al orden, con una sonrisa que podría patentar. Esa sonrisa es llamada de atención, gesto de complicidad y un guiño hacia el público. Ella es la verdadera rock star. Maneja el escenario como pocos. Otorga la palabra a Roberto Azevedo, quizá espera que el brasileño aporte optimismo y luz, pero éste dice una frase que desarma: estamos a oscuras”.

Madame Lagarde quiere que predomine un tono constructivo e intenta conciliar, dice, “el comercio debe seguir siendo libre, pero puede ser más justo, más eficiente y ofrecer más resultados a todos”

El doctor Zedillo no quiere dar cuartel ni espacio a que la autocrítica se instale con comodidad. Insiste, “el libre comercio requiere políticas internas que lo complementen. Si no se hacen esas políticas, no podemos culpar al libre comercio. Hay que tener cuidado con dar argumentos a los populistas”.

Sigue siendo aquel. Ése que se peleaba con los globalifóbicos. La composición de este panel está clara, me dice un empresario indio que está junto a mí “de un lado, están los que defienden su trabajo y las instituciones donde están. En el otro lado, está el mexicano”. Esa es una de las ventajas de ser académico en Yale, además de expresidente de México.