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En la sinopsis de la primera parte de este intento de película, el protagonista de nuestra historia se enojó al enterarse de lo expresado sobre los mexicanos inmigrantes por el precandidato a la Presidencia de Estados Unidos del Partido Republicano, Donald Trump, alias el copete de brocha. El Chapo sintió mucho odio, hagan de cuenta el que sintió El Piojo Herrera cuando vio al comentarista Martinoli en el aeropuerto de Filadelfia.

Más inteligente y frío que el ex entrenador futbolístico nacional, acostumbrado a mandar a hombres afectos a las drogas y dispuestos a matar por el simple gusto de jalar el gatillo, no a jóvenes deportistas cuya principal preocupación es qué loción usar en el próximo juego y que, por lo visto en los últimos partidos, prefieren el pase lateral a jalar el gatillo, es decir, no disparan a gol, el técnico nacional del tráfico de enervantes logra contener su ira. Contribuye a ello el hecho de que estén sirviendo el rancho 
—comida— en el penal, lo que le permite recordar que la venganza es una sopa que se come fría.

Divagaciones futboleras aparte, al final de la sinopsis del primer rollo acoté la aparición del grupo musical Los Mojones de la Frontera, a quien escuchamos interpretar el estribillo del tema de la película titulado “El dólar por arriba y El Chapo por abajo”.

Dichos músicos amenizan una fiesta que los abogados, secuaces, socios e ingenieros del acaudalado capo organizaron para festejar la terminación del túnel que permitirá, en cuanto el jefe lo mande, escapar.

Escuchamos parte de la rola cuando el primera voz y caimán del grupo entona, es un decir: “Como ya no hay chapopote/ el gobierno nada güey/ le va a permitir al Chapo/ salirse por un subway/ pa’ que lave más dinero/ pues ya no alcanza el que hay/ si él quiere chingar al güero/ es correcto, very fine”.

El festejo se interrumpe porque el Chapo, a través de su iPad, le comunica a su equipo que es hora de escapar. Aquí un comentario: en las grabaciones transmitidas por la televisión donde muestran los momentos finales del capo en su celda se alcanza a ver colgado en el ángulo superior izquierdo de la pequeña media barda que separa la letrina de la ducha el iPad que, si uno se fija bien, se mueve cuando Joaquín ya agachado y listo para salir por el túnel lo jala para llevárselo, cosa que el comisionado nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, cuando explicó a los televidentes los últimos minutos del Chapo en la prisión, pasó por alto y no informó de su existencia. En contrapartida el funcionario nos hizo ver que los movimientos del capo —iba y venía de su catre a la regadera donde se agachaba, de regreso al camastro se puso unos zapatos tenis (lo acostumbrado para darse un regaderazo)— eran normales en un preso. Por cierto, para el papel del señor Rubido sugiero a José Feliciano o a Stevie Wonder, por aquello de los puntos ciegos.

Para hacer más obvio que Guzmán Loera tenía bien planeada su fuga, sugiero una escena adicional: cuando le llevan la cena, la pide para llevar.

Cuando el capo anuncia que es hora del escape, una elipsis cinematográfica nos servirá para ver cómo el delincuente baja al túnel que surge debajo de la coladera. Sube a la moto que para la ocasión se tenía y en cuestión de cinco minutos ya está afuera. Aborda una camioneta y en menos de que los custodios se den cuenta de su desaparición, el líder del Cártel de Sinaloa ya está en una aeronave que lo lleva a la frontera, ahí mediante otro de sus túneles —no en balde es el Rey del Subsuelo— pasa a Estados Unidos, donde para empezar organiza una protesta de mexicanos ilegales contra el gringo de copete de estropajo. Reúne a la raza frente a la Torre Trump y tratan al pinche güerito pelos de muñeca Lily como si fuera portero visitante: moviendo las manos murmuran “eeeehhh” y prorrumpen con el calificativo “¡puto!”.

Llega el momento en que Donald y Joaquín Archivaldo se enfrentan. El Chapo le advierte que jamás volverá a comprar una mujer que provenga del concurso de Miss Universo. Además adquiere acciones de todos los negocios de Trump y las remata a precio de ganga para hacerlo quebrar. Guzmán Loera manda a poner una bomba en el edificio de Trump, el trabajo se lo encarga a uno de sus secuaces que anda hasta la madre de droga y confunde el horario detonando el artefacto cuando el jefe —se supone— está dentro del edificio.

Por su parte el magnate huye a Panamá, donde todavía tiene negocios con tan mala suerte que los canaleros lo confunden con El Piojo Herrera y le ponen una madriza que lo deja irreconocible. Además pierde sus documentos y para regresar a su país tiene que hacerlo por la frontera mexicana a bordo de La Bestia.

A Trump no lo dejan entrar a Estados Unidos mientras escuchamos el estribillo del corrido-tema: “Vuela palomita, vuela/ y volando cágate/ en el gabacho culero/ límpiate con su tupé”.

La peli no lleva el título de “Fin”; en su lugar sugiero una leyenda: ¿Cómo te quedó el ojo, García Luna?