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Durante algún tiempo, en medio del sueño primermundista en el que estuvimos inmersos a principios de los 90, se habló de la posibilidad de que México adoptara el dólar estadounidense como su moneda de curso legal.

Hubo funcionarios públicos que se lo tomaron en serio y cabildeaban esa posibilidad, inspirados en el éxito que en ese momento tenía el modelo argentino del peso convertible, que al final de cuentas fue un rotundo fracaso porque una moneda fuerte en un país débil suele ser una bomba económica segura.

Argentina devaluó 250% de un día para otro, aplicó un corralito para los ahorros bancarios y provocó una crisis que hasta nuestros días tiene consecuencias financieras. Hoy, otra vez tienen una moneda controlada.

México desistió tras la debacle argentina, pero sobre todo después de la crisis del 95 que obligó a soltar un objetivo de tipo de cambio para dejarlo a la oferta y la demanda, y en esas estamos.

Gracias al ajuste de la paridad sufrimos dólares de 15.50, pero gozamos de una válvula de escape que aligera las presiones financieras y pone a México en el tablero de los países que tienen una renovada competitividad cambiaria.

En menos de una semana, el presidente Enrique Peña Nieto anunció dos inversiones automotrices que superan 3,500 millones de dólares. Eso fue posible gracias al libre comercio con Estados Unidos, a las escalas que ese sector automotriz logra con su crecimiento y también a la depreciación del peso frente al dólar.

Los dólares de Ford y de Toyota compran más pesos para conseguir más fierros, pagan costos locales más bajos y logran mejores precios de exportación al mercado natural del norte de la frontera.

Están a unos cuantos kilómetros de la frontera de la principal economía del mundo que tiene un crecimiento sostenido, logran incentivos muy buenos de los gobiernos estatales y municipales que se pelean esas inversiones, y de paso pueden surtir un mercado interno que va creciendo sostenidamente.

En el 2012, la firma alemana Audi tomó la decisión de establecer una planta en México para la producción de su Q5. Gran decisión tomada en momentos en que sus euros tenían un enorme poder de compra para iniciar su producción, para el mercado estadounidense que hoy tiene una moneda fuerte. Una decisión tan precisa como sus autos.

México no es el único país en estos tiempos con una ventaja cambiaria. Brasil la tiene, pero sus finanzas están descompuestas y su economía, en recesión. Canadá tiene una economía sólida y el mismo acuerdo comercial que tenemos con Estados Unidos, pero falta mano de obra y sus costos son elevados. China está lejos, pero sobre todo su economía está ralentizada.

En fin, que México tiene una combinación de factores que hasta este punto le han permitido sacar ventaja económica de una condición ciertamente adversa como la depreciación de la moneda.

Quizá la globalidad de las depreciaciones frente al dólar fuerte y la baja actividad del mercado interno han controlado el traspaso de la devaluación a los precios, pero eso podría cambiar, y entonces será el turno del Banco de México de hacer su trabajo.

A la Secretaría de Hacienda le toca mandar, como hasta hoy, las señales correctas de privilegiar la estabilidad para evitar que la salida de capitales, que de hecho hoy experimentamos, se convierta en estampida.