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Qué hacer, se pregunta Eduardo Guerrero al terminar su recuento de la visible reducción de la violencia registrada en los últimos años en México y constatar, a la vez, su mordiente persistencia, capaz de jornadas criminales tan siniestras como la de Iguala y de capturas tan oprobiosas y asfixiantes como las que las bandas criminales ejercen en municipios medianos y pequeños de tantos estados.

Guerrero tiene cinco recomendaciones. Primero, investigar con mayor precisión, mediante agentes encubiertos, a las bandas criminales con el propósito de conocerlos para actuar sobre ellos, desde luego, pero también, nada menos, para exhibirlos en los medios nacionales, volverlos escandalosos para sus protectores y para el gobierno federal. Años de persecución del crimen organizado han establecido una regla: ningún grupo criminal resiste mucho tiempo la exhibición de sus actividades, sus nombres y sus fotos en la prensa. Por eso matan tantos periodistas.

Segundo, pasar de las intervenciones reactivas como las que suele tener el gobierno federal, es decir, intervenciones posteriores o coincidentes con la explosión de las crisis, a intervenciones disuasivas, es decir, antes de que la epidemia de violencia haga erupción. Intervenciones.

Tercero, replantear y afinar el sistema de testigos protegidos, particularmente en lo que se refiere a la calidad de sus declaraciones que suelen no servir para  probarle nada a nadie durante un juicio.

Cuarto, tener equipos de investigación no solo para los delincuentes, sino también para los funcionarios que pudieran estar siendo sus rehenes o sus cómplices. Poner la mirada no solo en los delincuentes, sino en los funcionarios de las zonas donde actúan. “Los funcionarios coludidos con el crimen organizado”, dice Guerrero, “deberían desplazar a los capos como blancos prioritarios dentro del crimen organizado”.

Quinto, finalmente, atender con inteligencia el comportamiento de las cifras de violencia en estados y municipios porque su observación cuidadosa, según Guerrero, permite anticipar dónde, más temprano que tarde, habrá un brote. Esto permitiría hacer “alertas de violencia” tal como se hace alerta de huracanes, y preparar la intervención disuasiva del gobierno federal y las fuerzas locales capaces de acompañar confiablemente la operación.