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SONRISAS.- El domingo fueron todas. El lunes ninguna. Y así, como no queriendo la cosa, las mujeres mexicanas alzaron la voz, una voz que se convirtió en estruendo y, al día siguiente, callaron, desaparecieron y se sustrajeron de toda actividad para decir “¡ya basta!”. Un clamor que se dejó sentir en todos los rincones de un país que ya no puede seguir un día más con tanta inseguridad, con tanta violencia, con tanta barbarie, con tanta indiferencia, con tanta inacción. *** Las estampas dominicales y de inicio de semana fueron muchas, muchísimas y son testimonio de que la gran mayoría de las mujeres mexicanas, feministas o no, ya no están dispuestas a seguir soportando una vida en la que cada día 10 de ellas mueren a causa de las pocas o nulas respuestas que reciben desde las trincheras gubernamental, institucional y judicial. Algunos dirán que esta conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el domingo y su “día siguiente”, el ahora histórico #UnDíaSinNosotras, El Nueve Ninguna Se Mueve, dejaron bastante material para el anecdotario, pero la realidad es que esta manifestación que aglutinó a millones de mexicanos (también hubo hombres muy solidarios con esta causa) fue más allá de eso. *** Afortunadamente, esta dicotómica forma de manifestarse de las mujeres de todo el mundo, no sólo las mexicanas, detonó un efecto bola de nieve que sí o sí empezará a cambiar el fondo y la forma del desgastado paradigma del machismo que aún impera en la civilización humana. De forma inmediata todos deberemos de apostar a una reingeniería del núcleo social en el que desde el seno familiar hombres y mujeres por igual estamos obligados reeducar a nuestros hijos para derrumbar desde sus cimientos una estructura que se pudrió gracias a que nadie inculcamos una verdadera forma de respeto hacia la existencia femenina.

RISAS.- Lo que ocurrió el domingo a lo largo y ancho de todo el país, y particularmente en la Ciudad de México, fue conmovedor, inédito en los anales de las dinámicas sociales de nuestro país. Miles y miles de mujeres, muchas de ellas viviendo en su día a día en carne propia el martirio de haber perdido a una hija, a una hermana, a una madre, a una prima, a una tía, a una abuela, a una madrina, a una amiga, a una compañera de aula o de fábrica o de oficina, a una vecina, decidieron tatuarse en la piel, de pies a cabeza, los colores verde y morado. Cargando pancartas, acompañadas de sus hijos pequeños (ya sea que fueran caminando al lado de ellas o soportándolos sobre sus hombros), se olvidaron de su status social, de su procedencia o si alguna de ellas calzaba caros zapatos de diseñador o un humilde par de guaraches. Todas se volvieron una apenas comenzaron a coincidir en el Monumento a la Revolución, en el Hemiciclo a Juárez, en Paseo de la Reforma, en el Zócalo… *** Exigieron justicia por y para todas. Para la niña Fátima; para la saxofonista oaxaqueña bañada en ácido por un infeliz ex diputado hoy prófugo de la justicia, por todas las estudiantes que se subieron a un Uber o cualquier otro tipo de transporte y que jamás llegaron a su destino; por la periodistas asesinadas ya fuera por causa de su profesión o simplemente porque su mayor crimen en esta vida fue haber nacido mujeres… ¡por todas! Y no se cansaron. Y no se dejaron intimidar por la cobardía de un puñado de fundamentalistas sin rostro cuya sinrazón provocó que muchas de ellas mismas se lastimaran por desconocer el peligroso manejo de un petardo o una bomba molotov. Y también hicieron suyo el dolor, la indignación y la confusión de Lucero San Juan, la valiente mujer de la policía capitalina, destacamentada en la Unidad Andrómeda, a quien no le importó arriesgar su vida, se arrojó temeraria a intentar sofocar un petardo arrojado a los pies del Palacio Nacional, decidida a que éste no lastimara a ninguna de las mujeres cercanas al artefacto que al final explotó y le quemó una de sus mejillas… Prácticamente todas fueron admirables en actitud y comportamiento, muy pocas asomaron pertenecer a algún partido político o ser conservadoras, neoliberales, o fifís. Simplemente fueron, son y serán mujeres.

CARCAJADAS.- Querer entender la coyuntura actual como una “guerra de sexos” es un sinsentido. Hombres y mujeres debemos y tenemos que ser complementarios en todo. La igualdad y la equidad están consagradas en nuestra Constitución y son inherentes a cualquier ser vivo. Que este #UnDíaSinNosotras se interprete como un ejercicio del qué pasaría si un día ya no volvemos a ver nuestra hija, a nuestra hermana, a nuestra esposa, a nuestra sobrina, a nuestra nieta, a nuestra compañera de aula u oficina, a nuestra amiga, a nuestra vecina, a esa desconocida con la que coincidimos en el transporte público o en la calle. La violencia feminicida debe y tiene que ser erradicada de nuestro vocabulario y de nuestra vida diaria. Todos los mexicanos tenemos una deuda de honor con todas las niñas, las jóvenes, las mujeres adultas y nuestras señoras de la tercera edad. Ya es momento de cambiar el discurso, pero también el chip con respecto a cómo percibimos, tratamos y protegemos a nuestras mujeres. Y recuerden: Si se meten con una… ¡responderemos todas! ¡Ni una más!

NO ENTIENDEN QUE NO ENTIENDEN.- Para los que sólo entienden la vida haciendo cuentas, sumas y restas, las protestas femeninas de este domingo y lunes generaron un impacto económico de poco más de 30 mil millones de pesos… con eso no se compra ni un cabello de alguna de las miles de víctimas del odio feminicida.

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