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He recordado la famosa frase de nuestro querido Juan Gabriel cuando el periodista Fernando del Rincón le preguntó sobre sus relaciones sentimentales y él respondió “Lo que se ve, no se juzga”.

Porque lo que se ve no se pregunta, al menos nos lo enseñaron en casa, había que ser discretos y prudentes cuando veíamos algo “fuera de lo normal”, lo que esto fuera y significara para cada quién.

Pero lamentablemente la gracia de lo que conlleva ver y hacer que no vemos, se termina en la política. Es como lo antagónico, porque la política está hecha para verse y con los ojos bien abiertos y el entender bien atento.

La imagen de un presidente siempre debe de ser valorada como la pieza fundamental de comunicación y de empuje de un gobierno. La congruencia parte de la vista, porque no sabemos a ciencia cierta lo que la gente tarde en comprender el mensaje.

La información se regodea entre las mujeres y hombres que ocupan un puesto público, los mensajes son tan vastos que siempre hay quienes ven una cosa y otros interpretan otra.

La balanza de los intereses parte de lo que se ve y después de lo que se quiere entender.

Nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador reapareció el día de ayer de manera oficial para presentar el resultado negativo cobre el COVID-19 que contrajo el pasado domingo 24 de enero.

Es decir, al día onceavo se realizó una segunda prueba de antígeno que lo eximía de tener el virus latente en su cuerpo y aunque aún se tomaría algunos días más, tuvo la pretensión de mostrarse ante los medios en el interior de Palacio Nacional.

Desde su morada para el mundo, decidió aparecer tras una semana de haberlo hecho con un video donde caminaba por el interior de Palacio Nacional y extendió su discurso por más de 12 minutos explicando su estado de salud y reafirmando la estrategia de salud tomada por su gobierno y su gente.

Desconozco si esta vez el presidente haya sido el interesado e insistente en aparecer, entiendo que verlo la semana pasada fue una reacción ante la inminente oleada de rumores sobre su estado de salud.

La foto, vamos a la foto.

Si usted no ha visto el video en donde aparece el presidente, puede quedarse con esta imagen sin lugar a dudas. Aunque claro, en el video podemos escuchar la voz un poco rasposa y su falta de aire por momentos, como cuando termina de bajar las escaleras, escena que pareciera haberse hecho en dos tomas o con cortes precisos, pero al último aliento se trastoca al querer hablar.

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El presidente López Obrador tras reaparecer en Palacio Nacional. Foto de Presidencia de la República

La imagen fue obtenida de manera directa del video o bien en el equipo de presidencia, se pasaron de efectos y lo hacen lucir como una plasta sin ningún tipo de definición en su rostro.

Existen efectos con los que se satura cualquier tipo de sombra o imperfección, para que no quede ningún detalle a la vista.  Sin embargo, con filtros o no, el presidente no luce bien, su rostro y sus ojeras lo delatan.

Su cuerpo mayormente inclinado hacia la derecha, con muy poco movimiento de su brazo izquierdo lo obligan a tener una postura forzada y nada relajada.

Está como “de a fuerza”, sujetado con cuerdas imaginarias, en donde el propio saco de su traje luce estrecho, forzado y tensado por algo que lleva en su interior.

No es como sus chalecos antibalas que a veces utiliza por su seguridad, esto es algo que cruza de lado a lado y que obliga a los dos botones del saco a casi sostenerse por mera obligación de costura.

Por supuesto este no es un espacio para especular, o crear más incertidumbre. Simplemente es lo que vemos y no hay quien no lo pueda ver.

Su traje elegante, hecho a la medida perdió forma con aquello que no estaba incluido a la hora de confeccionarlo.

Su postura inclinada es como si todo su cuerpo recibiera el peso de algo, y no precisamente de la buena salud que tanto nos quiso presumir durante 15 minutos.

Más allá de lo que esto significa en la comunicación no verbal, en as generalidades que conlleva tener los hombros más cargados hacia un lado que a otro, puede incluir un alto nivel de estrés y también la interpretación de que no le interesa escuchar, solo que él sea escuchado.

Pudiera ser que por ello no guarda silencio, y siempre prefiere mezclar temas sobre la historia de México junto con los que realmente son importantes.

Juan Gabriel diría que lo que se ve no se juzga, pero es difícil no hacerlo cuando el presidente de tu país parece dejarse llevar por el mero orgullo de querer aparecer ataviado en un elegante traje, caminando y bajando por las interminables escaleras de Palacio Nacional como si nada pasara.

El COVID-19 es un virus que se ha robado la vida de más de 164 mil mexicanos y los que se han recuperado no han logrado volver a su salud después de meses. En cambio, el presidente haciendo uso de su nula empatía con el pueblo que tanto defiende, hace todo por lucir recuperado.

La gracia suele quebrarse cuando la actitud corporal no coincide con lo que dice verbalmente y se acompaña con los gestos.

Ningún traje ni el mejor maquillaje oculta lo que de manera inconsciente el cuerpo decide resaltar.

Conforme pasa el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, les es necesario contar con alguien que les ayude a entrelazar sus decisiones, con la comunicación y su imagen. Porque el mostrarse vulnerable, cansado o en franca recuperación tras contraer un virus como el Covid19 lo colocaría acercaría más al pueblo.

Vale la pena dejar de actuar sostenido por cuerdas de mero orgullo personal y más dignidad propia y de todos los mexicanos.