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La crisis financiera de 1994 se gestó sin que la mayoría de los analistas se dieran cuenta del desastroso manejo financiero de la economía mexicana durante ese terrible año.

Claro que, a toro pasado, todo el mundo se dio cuenta de las fallas estructurales que mantenía la economía mexicana: tipo de cambio fijo, excesivo endeudamiento a corto plazo en dólares, nulas reservas internacionales, en fin.

Y así, sin muchas advertencias de por medio, se presentó la quiebra del sistema bancario, una crisis estructural profunda y muchos años perdidos para la economía mexicana.

Una justificación era que en ese entonces había poca información pública disponible y por lo tanto era difícil conocer el estado real de la economía en su conjunto.

Hoy tenemos mucha más información, pero la realidad es que parece haber poca atención a algunos focos amarillos que se prenden en el tablero de las finanzas públicas, porque hay muchas áreas que se mantienen opacas.

Por ejemplo, el Banco Mundial recientemente prestó a México 2,200 millones de dólares para combatir los efectos de la pandemia en la economía y es la fecha en que no hay claridad del destino de esos recursos.

Hay en la práctica una enorme reasignación presupuestal desde el poder Ejecutivo a la espera de que los poco hábiles diputados de Morena finalmente le consigan al presidente el cambio legal que le permita el manejo discrecional de todos los egresos federales.

Las finanzas públicas se han debilitado a la par de la economía en su conjunto y la segunda mitad de este año parece que puede llegar a comprometer muchos de los proyectos de gasto establecidos en el paquete económico vigente para este año.

Algún legislador de Morena reconoce que debieron haber impulsado como política de gobierno la figura de salario solidario o ingreso básico universal, pero acepta que no hay recursos públicos disponibles.

Lo peor es que ni siquiera los recursos destinados a esos proyectos de relumbrón del presidente, como la refinería de su natal Tabasco o el tren de la selva parecerían salvarse de la actual carencia de ingresos del gobierno federal.

Los fondos contingentes, a los que ya habían recurrido antes de la crisis, se agotan y no se ve que la economía pueda recuperar su dinamismo para poder compensar algo de la recaudación perdida.

En fin, que hay un cúmulo de problemas financieros que hoy enfrentan las finanzas públicas y que deben ser seguidos de cerca para evitar, al menos, la sorpresa de una repentina crisis financiera que se sume a la condición actual de profunda recesión.

El gasto público es ineficiente, la situación financiera de Pemex complica el escenario de las finanzas públicas y la condición recesiva de los agentes económicos limita los ingresos tributarios.

Y, como es bien sabido, ni el presidente tiene un guardadito de 400,000 millones de pesos, ni va a crear 2 millones de empleos que contribuyan con impuestos.

Sería el colmo que un gobierno que rechazó brindar apoyo fiscal a los agentes económicos para respaldarlos en la crisis sanitaria, pudiera caer en una situación de crisis presupuestal que agrave la condición económica del país.