Carlota Reyes es una mujer de 100 años que vive en una casa construida por el Gobierno del Distrito Federal (GDF) para familias sin recursos en la colonia Tacubaya. Es en esta zona donde muchas personas viven, al igual que Carlota, sin identidad oficial, al no estar en ningún registro oficial. Debido a esto, el GDF … Continued
Carlota Reyes es una mujer de 100 años que vive en una casa construida por el Gobierno del Distrito Federal (GDF) para familias sin recursos en la colonia Tacubaya. Es en esta zona donde muchas personas viven, al igual que Carlota, sin identidad oficial, al no estar en ningún registro oficial.
Debido a esto, el GDF inició una campaña con el fin de que personas en esta situación obtengan su acta de nacimiento de manera gratuita.
De acuerdo a la organización civil Be Foundation, la cual defiende el derecho a la identidad, el 10 por ciento de la sociedad mexicana, es decir, unos 12 millones de habitantes del país, no cuentan con registro alguno.
“La iniciativa nació en el registro civil de Tacubaya, después de ver varios casos similares. En muchas ocasiones las personas que no tienen papeles se encuentran en situación de pobreza extrema”, explicó el juez titular, Ernesto Arnaldo García Piña y Vázquez.
La mayoría de las personas con esta condición son “adultos, que con anterioridad, no les interesaba el registro porque la mayoría no iba a la escuela, no procedía a una liquidación a través de una empresa o no tenía acceso a los derechos de jubilación, entre otros”, de acuerdo al director general del registro civil de la Ciudad de México, Héctor Maldonado.
El registro extemporáneo, cuya campaña inició en diciembre del 2012, ya ha sido obtenido por 5 mil 500 adultos, de los cuales 126 era mayores a los 90 años y 23 mayores a los 100.
Este fue el caso de Carlota Reyes, quien recibió el documento del GDF en un acto público.
Durante el evento leyó el documento en voz alta y clara, narró anécdotas (a pesar de olvidar por momentos el nombre de algunos de sus sietes hijos), e incluso cantó.
“Nunca tuve un trabajo así que digamos. Lavaba, planchaba y hacía tortillas para vender. Comíamos lo que Dios me socorría. Frijoles, sopita y de vez en cuando un caldito de carne”.
Hoy en día pasa los días cosiendo manteles para su familia, leyendo la Biblia y viendo televisión, a pesar de escuchar cada vez menos.
Con información de El País