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Desde el gobierno federal se decreta el aumento mensual de las gasolinas a niveles que triplican la inflación y los consumidores sentimos que nos desquitamos llamando a estos incrementos: los gasolinazos.Ese despectivo término para describir la imposición de un aumento que fue necesario durante mucho tiempo para emparejar los precios de esos energéticos con el principal mercado con el que tenemos relación: el de Estados Unidos.

Sin embargo hoy no hay ya razones válidas para mantener estos incrementos mensuales a los tres tipos de gasolinas que se venden en México. La Magna, de 87 octanos; la Premium, de 92 octanos y el diésel.

Llegó el momento en que se utilizaban más de 200 mil millones de pesos al año para subsidiar la diferencia entre el ingreso por la venta de las gasolinas y sus costos de producción e importación.

Hoy ese monto se ha reducido de forma radical. Sin embargo, se siguen usando recursos públicos para cubrir ese déficit. Pero no es culpa de los automovilistas.

Entre lo que se roban y lo que regalan a los trabajadores de Pemex, se puede explicar una buena parte de lo que el gobierno sí gasta y no ingresa por concepto de gasolinas.

Ante los ojos del consumidor, lo que tenemos es un precio vigente en octubre, tras el décimo gasolinazo del año, de 13.13 pesos por litro de Magna, 13.89 pesos por litro de Premium y 13.72 pesos por litro de diésel.

Niveles por los que pagamos sin tomar en cuenta que en el mundo los precios bajan, de la mano del derrumbe del precio del petróleo.

Los precios del crudo han caído 20 por ciento en cuatro meses, desde aquellos días en que la situación del Medio Oriente y de Ucrania habían provocado que se dispararan los precios de los hidrocarburos.

Hoy en Estados Unidos un galón de gasolina regular, muy parecida a la Magna, cuesta 3.28 dólares en promedio en ese país. Eso implica que hay localidades en Texas donde se pagan 2.80 dólares por galón, pero también hay gasolinerías en California donde venden el galón de gasolina regular en 3.72 dólares.

Si el promedio lo ponemos en pesos y en litros, y que conste que consideramos los dólares tan caros como están hoy, un litro está allá en 11 pesos.

Está claro que la reforma energética está en pañales y que llegará el día en que tengamos precios de mercado por estos energéticos y entonces gozaremos de estas bajas, pero también sufriremos de los incrementos derivados de las situaciones geopolíticas complicadas.

Pero en lo que llega ese día de la normalidad energética, habría que acabar con los gasolinazos.

Y no me refiero a la promesa de que a partir del primero de enero tendremos un solo incremento que debería de ser de no más de 3 por ciento. Si no al hecho de que el aumento del sábado ya no se justificaba y mucho menos los dos que le faltan al año.

Una decisión salomónica podría ser adelantar el incremento anual a noviembre, aplicar de una vez el 3% planeado para enero, cargarle al 2014 el impacto inflacionario y en la sorpresa del incremento, diluir los incrementos que preparan los que gustan de colgarse de esos ajustes.