Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. Llorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexícatl. ¡EI agua se ha acedado, se acedó la comida!
Algunos hechos me hacen asociar ideas con melodías, novelas, frases célebres, acontecimientos históricos, oraciones aprendidas en mi infancia o vivencias personales y familiares.
La noche del domingo al lunes, desde que Guadalupe Taddei dio a conocer el conteo rápido de las elecciones, me vinieron a la memoria dos o tres dolientes líneas contenidas en Visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, y El asalto a la razón, del filósofo húngaro George Lukács.
Supongo que pensé en eso porque la ratificación del mandato de Andrés Manuel López Obrador y la voluntad mayoritaria de electores para que Claudia Sheinbaum continúe con “el segundo piso de la cuarta transformación” —aunque sin duda tendrán su explicación— lo considero tan ilógico como si dos más dos no fueran cuatro, lo que me parece viene sucediendo con el Presidente que se va.
Entiendo bien —aquí lo publiqué— que contra la oposición en general y Xóchitl Gálvez en particular pesaron demasiado los desacreditados logotipos del PAN, PRI y PRD, y que sobre la inseguridad, el desastre en la salud pública o la chatarrización de la enseñanza básica y las instituciones se impusieran los electoreros efectos de los apoyos sociales, pero, al igual que amplios sectores del oficialismo, nunca imaginé que iríamos hacia la destrucción de la República que conocemos.
En esas estaba cuando el martes leí en La Rayuela de La Jornada:
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¿Alguien de la oposición apuntó el número de placas del tráiler que le pasó encima?
Los resultados del 2 de junio destruyeron algo así como la cosmogonía política y es aquí cuando retomo Visión de los Vencidos, que reproduce lo que sus informantes indígenas que sobrevivieron a la caída de Tenochtitlan le dijeron a Fray Bernardino de Sahagún:
En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre. Golpeábamos en tanto los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con los escudos fue su resguardo.
Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. Llorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexícatl. ¡EI agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la Vida en Tlatelolco…
Lo de Lukács también es desolador, aplicable a los regímenes autoritarios, corporativistas y populistas. Escribía en Budapest su tratado de Estética cuando las tropas hitlerianas invadieron su país, huyó a Francia, y al término de la Segunda Guerra se preguntó y escribió un libro para intentar responder por qué marxistas como él, ufanos de ser “científicos sociales” capaces de entender el pasado y planear el paraíso en la Tierra, fueron incapaces de prever el surgimiento del nazifascismo.
Y concluyó que aquel horror fue El asalto a la razón…