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Ya veremos si valió la pena la vuelta presidencial hasta el otro lado del mundo.

El último día del año pasado estaba con mi familia a bordo de un barco cruzando el estrecho de Ormuz, que une el Golfo de Omán con el Golfo Pérsico. A estribor se veía la costa de Irán, un país que ciertamente no es muy dado a recibir visitas.

En esas andábamos cuando un avión de guerra con bandera iraní sobrevoló el barco turístico en tres ocasiones, en un vuelo rasante y amenazante, que inquietó a los pasajeros, no a la tripulación, porque no hubo ninguna clase de anuncio o alerta por el tema.

Fue sin duda un acto hostil de un país que lucha internamente por decidir si quiere una mejor relación con Occidente que le permita explotar su negocio petrolero y tener acceso a tecnología nuclear, o bien mantener un discurso y una actitud de ser enemigo de todo lo que no vaya de acuerdo con su ideología.

Por esas mismas aguas navegan muchas embarcaciones militares de Estados Unidos y el Reino Unido, como sea es el Golfo Pérsico. De una de las embarcaciones estadounidenses salieron un par de lanchas con 10 marinos que entraron en aguas territoriales iraníes.

Fueron detenidos, pero no pasaron más de 24 horas antes de que los guardianes de la revolución soltaran a los marinos estadounidenses, después de aceptar la explicación de una falla mecánica y el correspondiente: “usted disculpe”.

En otros tiempos habrían al menos sido paseados por las calles de Teherán y quizá negociados a cambio de algo.

Pero hoy Irán tiene lo que al parecer quiere: está cerca de poder desarrollar tecnología nuclear con permiso de Washington y está a punto de abrir la llave de una de las industrias petroleras más rentables del mundo.

Lo cierto es que con todo y este “avance” en su relación con Occidente, hay todo menos paz en la región. Las tensiones con los países árabes se han incrementado hasta el punto de que Arabia Saudita encabezó un bloque de países que han roto relaciones con los iraníes.

Éste no sería más que un relato más de las habituales tensiones del Medio Oriente, si no fuera por el hecho de que el gobierno mexicano ha decidido meterse en la boca del lobo.

No está el presidente Peña Nieto y su gabinete en los países árabes para fijar posición sobre sus conflictos con Irán. Esperemos que no caigan en los excesos de antecesores como Vicente Fox, que entre muchas ocurrencias un día se propuso para resolver el conflicto entre las dos Coreas, ¡Hágame el favor!

Hablarán de inversiones, de turismo, de cultura. Pero no es posible entender un viaje tan largo (y tan tortuoso en un avión tan viejo como el TP01) si el petróleo no estuviera en el centro de los intereses comunes.

Fueron los árabes los que desataron la actual guerra de los precios. Son los saudíes los que han tenido la intención de tomar a los nuevos productores de petróleo de nuestro más cercano socio comercial: Estados Unidos.

El presidente Peña llega con la etiqueta de país norteamericano, tiene que hacer notar dónde está su corazón. Pero la presencia del Ejecutivo mexicano en el mundo árabe, que hoy está en conflicto con Irán, manda señales geopolíticas importantes que tienen que justificarse con beneficios para México en materia energética en estos momentos tan críticos.

Porque si eligieron la zona solo para conocer el impresionante edificio Burj Khalifa de Dubai, escogieron sin duda el mejor clima del año en la región. Pero el peor momento político de una zona tan convulsionada.

Ya veremos si valió la pena la vuelta presidencial hasta el otro lado del mundo.