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Anteayer el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, compareció ante la Comisión de Seguridad Pública del Senado de la República. La senadora del Partido Acción Nacional, Indira Rosales, luego de increpar al secretario por sus contradicciones y mentiras sobre el fallido operativo en Culiacán, le regaló un muñeco con la forma de Pinocho. Se lo entregó —dijo la obsequiante— como un “símbolo, ¿sí?, para que se piense dos veces, una vez más, otra vez cuando se intente mentir a los mexicanos de esta forma, secretario”. (Sic. Que rinde homenaje a la sintaxis heterodoxa con la que la mayoría de los panistas elabora comunicados y discursos).

Mientras la señora Rosales llegaba al lugar donde se encontraba el secretario, éste sonreía. Senadora y funcionario se dieron, digamos que medio abrazo. Durazo siguió sonriendo, sostenía un documento en la mano derecha y no tocó a Pinocho. La legisladora dejó el muñeco a la derecha de don Alfonso que de pie mostraba el documento con las dos manos. En tanto, la presidenta del Senado, la morenista Mónica Fernández Balboa, tomaba a Pinocho para hacerle dos cariñitos, simuló arrullarlo con ternura y dijo así con inspirado acento: “yo pensé que era para mí”. Las palabras de la senadora Fernández Balboa no tienen desperdicio si consideramos el contexto en el que fueron pronunciadas. ¿Acto fallido? O, ¿la verdad simple y llanamente? Ella se considera mentirosa.

El nombre propio usado como calificativo para llamar mentiroso a Alfonso Durazo me recordó el primero de septiembre del año 2004 cuando Vicente Fox, al rendir su IV Informe de Gobierno, fue interrumpido varias veces con los gritos de ¡Pinocho, Pinocho, Pinocho! En esa ocasión, como en la del pasado martes, también hubo pancartas con el nombre del muñeco que, según el cuento de Carlo Collodi, fue construido con madera por un carpintero de la tercera edad llamado Gepeto, el cual le dio configuración de marioneta. El anciano tuvo deseos de que el títere se convirtiera en su hijo. Sin duda esto fue producto de lo que llaman demencia senil porque quién quiere un hijo cuando se vive de la pensión “68 y más”, con lo caro que están las colegiaturas, las computadoras y los gadgets y lo insumisos y displicentes que son los llamados millennials que nada más quieren ropa de marca. Pero en fin, como nunca falta un roto para un descosido, Gepeto se encontró al Hada Azul la cual le infundió vida a la marioneta con la condición que fuera obediente y no dijera mentiras porque si las decía le crecería la nariz.

A raíz de este cuento se le llama Pinocho a la persona que es proclive a mentir. En el caso de los mexicanos todos tenemos un Pinocho dentro de nosotros, que viene desde el Virreinato cuando en la Nueva España al recibir una orden de la Metrópoli, se decía: “acátese pero no se cumpla” hasta la expresión “se ha logrado un punto de inflexión en las cifras de homicidios dolosos”.

Octavio Paz dijo que entre nosotros se habían instalado la falsificación y la mentira y que vivíamos en la simulación. Escribió nuestro Nobel: “La mentira inunda la vida mexicana: ficción en nuestra política electoral, engaño en nuestra economía, mentira en los sistemas educativos, farsa en el movimiento obrero, mentira en la política agraria, mentira en las relaciones amorosas, mentira en el pensamiento y en el arte, mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada se enfrenta a su verdad”.

Según un estudio elaborado, en mayo del 2007, por la empresa Mitofsky, titulado “La mentira cotidiana, una aceptada costumbre”, se reveló que en México los hombres somos más mentirosos que las mujeres y que en una escala del 1 al 10 sobre su tendencia a mentir los encuestados se situaron en 3.6 puntos.

A la pregunta de “¿qué tan mentiroso se considera usted?” el 52.8 por ciento de los entrevistados dijo poco, el 16.9 por ciento dijo nada, el 11. 7 por ciento se consideró “muy” mentiroso, y el 10.4 por ciento, “regular”.

Sobre la media de mentiras que dicen los mexicanos cada día, fue de 4.2 los hombres y de 3 las mujeres, lo que da un promedio de 3.6. Es decir en términos redondos mentimos cuatro veces al día. Por lo general, en el caso de los hombres la primera mentira del día es: “Llegué tarde porque hubo un choque en el periférico” y la última: “Mi amor, voy a llegar tarde porque hoy tenemos una junta de planeación”. En cuanto a las mujeres de las cuatro mentiras que dicen en el día, la primera es: “Ay, amigui, cuéntame lo del divorcio de Claudia, ya sabes que yo no se lo digo a nadie, soy una tumba”. La última mentira del día es: “No Alberto, me duele la cabeza”.

Según el estudio de Mitofsky de referencia, los mexicanos, mujeres y hombres, no salimos tan mal parados como mentirosos, pero es que a la encuesta le faltó un detalle: Preguntar si la entrevistada o el entrevistado había mentido al contestar el cuestionario. Si así hubiera sido, el resultado sería que mentimos 3.6 veces en un día normal pero cuando nos entrevistan para una encuesta mentimos más.