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La economía está estancada, sin crecimiento, pero las finanzas públicas son estables. La inflación está dentro de la meta establecida por el Banco de México, porque su política monetaria ha dado resultados, aunque se quejen del nivel de las tasas de interés.

México es hoy un país de muchos incentivos para la inversión financiera, en especial en el mercado de dinero. Pero con pocos alicientes para que los capitales, nacionales o extranjeros, inviertan de manera directa.

El tipo de cambio, que no es más que un precio, es simplemente el reflejo de lo atractivo que hoy resulta tener en la bolsa pesos que pagan buenos rendimientos, en lugar de dólares que dejan rendimientos miserables.

La 4T ha puesto toda clase de trabas para las inversiones directas, incumplimiento de contratos, trabas para invertir en energía, cancelación de proyectos rentables, malos proyectos de infraestructura, asignaciones directas opacas. En fin.

Pero para aquellos recursos que entran con un botón de computadora hay un premio de 6.5% en los bonos gubernamentales a 10 años, contra 1.5% del instrumento similar del Tesoro de Estados Unidos.

En la enorme diferencia entre ambos rendimientos, cabe perfectamente bien el riesgo de invertir en este país emergente y queda un premio enorme para el que venga con sus recursos a estas tierras.

La afortunada obsesión de querer mantener las finanzas públicas estables, cual vil neoliberal, se ha convertido en un tarro de miel que atrae a las moscas de los capitales financieros. Esos que gusta a los de la izquierda llamar capitales golondrinos o especulativos.

Pero al mismo tiempo, las acciones del gobierno y muchas de las decisiones asumidas por esta administración se han convertido en una manera de repeler los capitales directos. Esos que generan más empleos y hacen crecer la economía.

Un peso fuerte no es sinónimo de una economía fuerte. Es hasta peligroso que la 4T confunda la efímera estabilidad cambiaria de hoy con la necesaria búsqueda de una estabilidad y crecimiento económicos.

Porque las razones que mantienen la fortaleza cambiaria en este momento no pueden estar ahí para siempre.

De entrada, sin crecimiento económico las cuentas públicas se deterioran por la falta de ingresos y crece la presión del tamaño de la deuda con respecto al Producto Interno Bruto.

Y también porque las tasas de interés no se pueden mantener tanto tiempo tan elevadas. Cuando baje el premio, empezará la infidelidad de los capitales que sin chistar buscarán dónde ganar más y de forma más segura.

El nivel del tipo de cambio debería ser uno de los últimos indicadores que debería presumir un gobierno. Porque la virtud que tiene una libre flotación es que sirve como pararrayos de cualquier turbulencia y se puede mover rápidamente.

Claro que el presidente López Obrador puede girar con gran habilidad su discurso si repentinamente vuelve a haber presiones cambiarias, como ya ha ocurrido en otros momentos dentro de su mandato. Pero, como diría el clásico, pero qué necesidad.