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Jefrey Cameron tenía 29 años y murió hace un par de meses a causa de una sobredosis. Vivía en Vermont, trabajaba en una pizzería, y se mantenía distraído para no caer en las adicciones de nuevo, pero fue despedido, en esta ola de crisis a causa de la pandemia en Estados Unidos y en su desesperación recayó en las drogas.

Una noche decidió salir de casa e ir a comprar heroína. Con todo y que ya llevaba siete años luchando contra sus impulsos, en ese momento cedió y fue a su búsqueda.

Cuando regresó a su casa corrió a probarla ansiosamente en el interior de su baño, pero su efecto fue tan potente que cayó al suelo de golpe, pegándose en la cabeza.

Despertó, tuvo esa repentina suerte que le hizo enviar un mensaje de texto a uno de sus amigos diciéndole que prometía ir a una reunión de AA conocidas como las de los 12 pasos para dejar las adicciones.

Lo prometió, le dijo a su amigo que él era un hombre bueno que no quería meterse en problemas.

Seguro el golpe lo dejó tan asustado, que el efecto de las drogas en su cuerpo le dieron una revolcada emocional.

“Si despiertas antes de que sepas de mí, llámame” fue el último mensaje que escribió en su celular, quizá fue lo más consciente que realizó porque después de eso, tomó el resto del polvo de la bolsa de plástico que había comprado y lo inhaló.

Cinco horas después, su abuela lo encontró muerto.

Todo por una foto - todoporunafotolauragrza
Jefrey Cameron tenía 29 años y murió hace un par de meses a causa de una sobredosis. Foto de @NyTimes / @hlswift

Durante estos primeros seis meses de pandemia mundial, el regreso a las adicciones ha ido en aumento, al menos en el país norteamericano. Más de 40 estados han registrado un incremento relacionado con las drogas.

Las imágenes del entierro son dolorosas al ver a su abuela y familiares utilizando las palas para echarle tierra encima al féretro. Los abrazos, los rostros cubiertos con cubrebocas y la pérdida de un joven.

Hillary Swift, fotoperiodista de Vermont y colaboradora del New York Times, se ha dedicado a documentar una realidad de muertes a causa de las drogas y la depresión.

Todo esto lo escribo a causa de una serie de fotografías que vi en las publicaciones del New York Times, y mi apego y vehemencia hacia el poder de la imagen me hicieron buscar más sobre la historia de este chico con una apariencia “relativamente” feliz, alegre y de buen carácter.

Una foto de él impresa (calculo) en 8×10 colocada en un portarretrato color café sobre un sillón de estampado floreado, con la luz completa del día soleado que lo recuerda como alguien querido para muchas y muchos que lo demostraron estando presente en su funeral.

Gorra blanca puesta para atrás, una playera de manga larga arremangada color azul marino, una barba bien cortada, su sonrisa y los brazos cruzados.

No lo conocemos y sin embargo a través de esa foto, podemos hacerlo. Conocerlo a la distancia, sabiendo que ha muerto y que no habría posibilidad alguna de acercarnos más.

“Fotografiamos para recordar aquello que hemos fotografiado, para salvaguardar la experiencia de la precaria fiabilidad de la memoria, ¿o no?”, lo dice Fontcuberta.

Nos fotografiamos para que quien mire esas imágenes (digitales o análogas) vea de nosotros lo mejor, nos ubique del lado más positivo de nuestras auténticas personalidades.

Quizá no lo pensamos, pero nos fotografiamos para que permanezca un poco o mucho de nosotros, y no nos olviden a la hora que desaparezcamos.

Permanecer en la memoria propia o ajena, individual o colectiva, pero mantenerse allí.

Por eso el escritor inglés, John Berger, decía que “un instante fotografiado solo puede adquirir significado en la medida que se puede leer una duración que se extiende más allá de sí mismo. Cuando le otorgamos un pasado y un futuro”.

Así la foto que hoy veo de Cameron, y que seguramente usted está viendo, también.

¿Ha pensado con qué foto le gustaría que le recordaran? ¿Cuáles son sus fotos favoritas? ¿Cuáles han sido sus momentos más felices que ha fotografiado? Si los conserva, cuídelos, manténgalos presente.

Cada fotografía es una invitación a viajar en el interior de nuestra mente y de las emociones, es recordar para gozar y también para querer olvidar. Podría decirle que no hay mejor forma que recordar una vida o la de alguien, que en fotografías.

Por eso conservamos los álbumes impresos de los bisabuelos, abuelos o padres, porque allí tenemos encapsulados a los que se fueron, a sus vivencias y a sus miradas. Entonces cuando nos sentemos con los hijos a platicarles sobre la historia de cómo se conocieron los abuelos, necesitaremos los impresos para que no solo lo imaginen, sino que le den significado.

Sería un buen ejercicio cuidar nuestra historia en imágenes, esa que tiene usted en su carrete del teléfono o en las cajas de cartón allí arriba del armario. Nunca sabemos qué puede pasar y en estos tiempos de reflexión y mucho tiempo en casa, vale la pena darles tiempo.

La memoria relaciona y nos hace revivir lo que pensábamos que había muerto.