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Cuando a principios de los años 90 del siglo pasado los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá iniciaron negociaciones para establecer un pacto de libre comercio, había muchas dudas de que fuera posible incorporar a una nación de menor desarrollo como la nuestra a una relación ya existente entre los otros dos países norteamericanos.

Fueron negociaciones complicadas, pero por esos días México no parecía tener mucho que perder y logró una negociación difícil pero igualitaria.

Se concluyó el acuerdo, pero nadie contaba con que el republicano George Herbert Walker Bush no lograría la reelección. Ya con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) firmado y en espera de su entrada en vigor, el nuevo gobierno del demócrata Bill Clinton puso condiciones para dejarlo pasar.

México se opuso a la reapertura de las negociaciones y lo que consiguieron los demócratas fue algo a lo que se llamó los acuerdos paralelos. Se firmó un acuerdo en materia ambiental y un Acuerdo de Cooperación Laboral de América del Norte, que debía procurar equiparar las condiciones de trabajo de los tres países.

Se logró la ratificación y el respaldo demócrata al TLCAN que entró en vigor justo a tiempo para ayudar a México a salir de una de las peores crisis económico-financieras de su historia. Pero los acuerdos paralelos realmente nunca operaron como esperaban los demócratas.

Hoy que se tiene ya firmado el acuerdo sustituto del TLCAN, ése que llamamos T-MEC, y hoy como ocurrió en su momento con el acuerdo original, la democracia estadounidense le agrega el componente de la injerencia bipartidista.

Sólo que el entorno es diferente. El TLCAN fue concebido desde un principio como un pacto entre tres socios y el T-MEC parte de una amenaza del presidente Donald Trump de afectar al socio débil y desaparecer el acuerdo vigente.

Demócratas y republicanos son opositores electorales, pero difícilmente como hoy han existido tantas tensiones entre ambos partidos, derivadas de la forma de gobernar de Trump.

Y en cuanto a México, este país ya cedió a las presiones estadounidenses en materia migratoria lo que alejó más el trato entre iguales logrado en los 90.

Entonces, los demócratas tienen el antecedente de acuerdos paralelos al TLCAN que no se cumplieron y sus condiciones en materia laboral se mantienen. Pero tienen muy claro que negocian con un vecino del sur que hoy tiene mucho que perder si no se mantiene un acuerdo comercial con Estados Unidos.

Lo peor de la rendija que abrieron los demócratas al pacto que ya estaba firmado es que, sin pudor, el gobierno de Donald Trump aprovechó esa vulnerabilidad mexicana para sacar más ventajas a su favor. Y tal parece que les funcionó.

No hubo una cesión a todas las nuevas presiones republicanas y las nuevas de los demócratas, pero sí todo parece que quedará dentro del cuerpo original del T-MEC. Ese parece que fue el costo de oportunidad de que ahora sí parece que está más cerca su ratificación.