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La muerte de Alberto Cortez, ayer en Madrid, empieza a cerrar un ciclo de la canción de más calidad escrita en español desde la mitad del siglo pasado, surgida para condenar al capitalismo que luego acabó haciendo ricos a sus grandes autores: Silvio, Serrat, Sabina, Víctor Manuel, Mercedes Sosa…

Un estilo que, en español, arrancó en la Cuba de mayor esplendor de la Bella Utopía en los años 60′, con una carga ideológica tan contagiosa y fuerte que, en los 70’ y 80’, llevó a la muerte a miles de jóvenes latinoamericanos que entonaban sus canciones mientras mataban para implantar el socialismo.

Aunque en verdad la Protest Song había nacido en las luchas sindicales en el Estados Unidos de la post guerra. O sea, antes de que Fidel Castro la insuflara con dinero soviético en plena Guerra Fría.

Un nuevo canto que elevó la música a niveles de una factura literaria de altísimo vuelo y que en los 80’ provocó una polémica intelectual entre Silvio Rodríguez y García Márquez, porque al autor de Cien años de Soledad dijo que le gustaba escuchar al baladista Roberto Carlos.

“Se puede ser Premio Nobel de Literatura, pero no del buen gusto”, cortó Silvio.

Es, sobre todo, una canción de autor, inconformista, de propuesta, inteligente, de finísima factura artística, en el entendido de que lo artístico obliga a una elaboración, un dominio del lenguaje, a un notorio nivel de instrucción, cultural de sus creadores.

Y Alberto Cortez fue de los mejores, sin ser sus canciones las más fervorosamente militantes: sus posturas contestatarias fueron básicamente hacia las aspiraciones de clase media latinoamericana, con su proverbial humor negro de argentino, aun cuando vivió casi toda su vida en España.

Como en Los ejecutivos:

Sonriente y afeitado para siempre

trajina para darnos la ilusión

de un mundo en tecnicolor

donde muy poquitos

aprenden a jugar al golf.

O en Instrucciones para ser un pequeño burgués:

Para ser un pequeño burgués,

hay que andar siempre bien arropado;

secretaria, chófer y valet

y un despacho muy bien decorado

Pero Alberto Cortez también cantó al amor, a la vida, a las chicas en primavera, a la amistad, con canciones cuya utilidad última es la de hacernos compañía y que es la mayor utilidad que pueda tener el arte. El Alberto Cortez de En un rincón del almaCallejeroMi árbol y yoTe llegará una rosa.

El de: aunque fue de todos nunca tuvo dueño, de la silente compañía, del dolor de los te quiero que una pasión nos dio, al que nunca se le agotaron las pilas, se quedó sin luz ni se le acabó el misterio.

Y que me hace recordar que tampoco esta noche…

Escucharé tu voz.