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Lo que hace Agustín Carstens al declarar que el próximo año la inflación regresará al carril de 3% es, por supuesto, realizar un pronóstico. Pero sobre todo al decirlo influye en ello.

No puede el gobernador saliente del Banco de México controlar los precios, pero sí puede influir en las expectativas sobre la inflación.

Hay precios que suben porque se encarece el dólar y porque aumenta el precio de las gasolinas. Pero hay otros que se ven presionados por la idea de que suben los precios, es ahí donde el banco central tiene todo que hacer para moderar las expectativas.

Y no sólo son los credos repetidos hasta el cansancio por Carstens y otros personajes relacionados con la política monetaria, es a través de sacar el garrote del precio del dinero para convencer a punta de macanazos en las tasas de interés que se puede moderar el alza de los precios.

La comparación estadística podrá jugar en favor de una baja en los precios en la medida que se moderen los incrementos y es ahí donde el gobernador del banco central prefiere recargar su optimismo.

Está claro que en materia de precios de los combustibles no hay posibilidades de otro aumento en la proporción del que vimos a principios del año. Entre la suavización fiscal, la estabilidad del mercado petrolero y hasta la inconveniencia política de mover esos precios, hay garantías de inmovilidad.

En cuanto al impacto que pueda tener el tipo de cambio en los precios, ahí es otra la historia porque no hay pronóstico que valga. Si en esa bipolaridad que domina la toma de decisiones de la Casa Blanca, gana el lado que sí quiere el libre comercio con México y se concreta una buena renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sería posible ver al peso de regreso en niveles mínimos del año.

Pero si, por el contrario, en un arranque de esos que sí tiene el presidente de Estados Unidos manda al diablo el acuerdo trilateral, la reacción inicial será de un fuerte impacto financiero, aunque al paso del tiempo se pueda aceptar que no sería el fin del mundo comercial de nuestro país.

La depreciación del peso frente al dólar inició desde finales del 2014. Durante todo el 2015 y parte del 2016, el traspaso de la depreciación fue mínimo a los precios. Sin embargo, la baja más acelerada que tuvo la moneda mexicana durante la parte final del año pasado y enero de este año implicó que se observaran impactos de segundo orden más marcados.

Los precios de los automóviles nuevos, por ejemplo, dejan ver cómo un producto cotizado en dólares por la alta cantidad de insumos importados, o bien por la misma importación de los productos terminados, han elevado sus precios por arriba de los promedios.

Pero si se cumple con la expectativa de renegociar un buen TLCAN, se puede dar una notable apreciación del peso que modere ese traspaso.

Es pues muy posible que Carstens se pueda ir a Suiza cumpliendo la expectativa de una inflación en desaceleración. Claro que también dependerá del mensaje que mande el nombre del siguiente gobernador del Banco de México.

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