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Después de leer el discurso con calma, repito lo que expresé ayer de bote pronto en milenio.com: el presidente Peña Nieto habló como miembro de una especie política cuya supervivencia está en duda, y al menos en la propuesta, acertó.

Pero no encuentro a muchos con ganas de abrazar la arenga del Presidente. Comenzando por la comunidad de Ayotzinapa, que la calificó de indignante. Los partidos de oposición la consideraron insuficiente. Organismos internacionales de derechos humanos señalaron que se trata en buena medida de repeticiones de planes que estaban en curso, reediciones de un mismo producto con nuevo envoltorio. Especialistas en asuntos de seguridad la recibieron con cautela extrema. Y no, por obvio, el rechazo en las redes sociales deja de ser desalentador.

Por lo grave del momento, el Presidente tenía que convencer y entusiasmar. Parafrasear aquello de me siento con derecho a reclamar la ayuda de todos y a decir: “Vengan, vayamos hacia delante con nuestra fuerza común”.

Quizá convenza a legisladores, gobernadores, juzgadores. Pero en la sociedad no registré fervor ni admiración.

Como sea, el gobierno del presidente Peña Nieto tiene una nueva carta de navegación de aquí a 2018. Sabe que el viento está en contra y que así seguirá por una temporada. Y que el calendario en nada ayuda.

Concretar lo prometido tomará en el mejor de los casos una generación. En el cortísimo plazo, en cambio, viene el lunes 1 de diciembre, con pronóstico de movilizaciones y seguramente duros gritos de descalificación a lo anunciado ayer.

Ayer, el día en que no se podía fallar.