El anhelo de los arquitectos de la alternancia era un bipartidismo, como el norteamericano. Entre las concertacesiones y el clientelismo salinista surgió el dilema que nunca pudieron descifran priistas y panistas
En vísperas del relevo presidencial, la oposición a Morena también afronta un punto crítico. Si vuelve a errar en su diagnóstico sobre el adversario, las consecuencias serán catastróficas para las próximas generaciones de mexicanos.
Apegados a la rational Choice, los politólogos formados por Federico Estévez y Alonso Lujambio en el CIDE y el ITAM trataron de explicar la transición a la democracia y la consolidación del sistema de partidos. En la UNAM y la UAM no había tanto énfasis en la formación estadística y gracias a Arnaldo Córdova y Carlos Sirvent, los teóricos de la Escuela de Turín eran leídos con fruición por aspirantes a sociólogos, internacionalistas, administradores públicos y comunicadores.
Poca atención se puso a los autores del llamado elitismo clásico. Alejados de esos referentes, muchos de esos estudiosos —que luego se convirtieron en legisladores y altos funcionarios de la burocracia neoliberal— despreciaron la teoría de la democracia de las élites. Otro error que tuvo graves consecuencias.
El anhelo de los arquitectos de la alternancia era un bipartidismo, como el norteamericano. Entre las concertacesiones y el clientelismo salinista surgió el dilema que nunca pudieron descifran priistas y panistas.
¿La competencia electoral garantiza la democracia o podría socavarla, al alimentar la desilusión popular con las normas y procedimientos liberales? La gran anomalía que surgió en aquellos años se llama Andrés Manuel López Obrador, quien tuvo la gran virtud de reconvertir su propuesta original —construir una implacable maquinaria electoral— para construir una alternativa para los millones de mexicanos desilusionados con la modernidad que encarnó el TLC.
Para su tercera candidatura presidencial, AMLO ya había aprendido de la gesta bolivariana, de la irrupción de Podemos en España y —sobre todo— del correísmo. La élite que frustró su primera intentona de ascender al poder —en el 2006—quiso reinventar la narrativa del peligro para México.
El político tabasqueño ya había repulido contra el elitismo democrático y enfiló contra la mafia del poder. Ya en el poder, perfeccionó esa retórica para emprenderla contra las figuras conservadoras y antidemocráticas que —a su juicio— que querían restringir la participación popular en la política.
Aliados desde que construyeron el Pacto por México, priistas y panistas se trazaron el objetivo quimérico de contener a los demagogos que manipulan a las masas. La ilusión de que sólo la transparencia electoral resolvería las crisis políticas ha quedado superada. ¿Las masas insatisfechas con el statu quo se dejaron envolver por los autoritarios que capturaron y pervirtieron las instituciones democráticas formales para servir a sus propios fines?
La polarización sólo acentuó el tsunami de votos que dejó a la oposición al borde de la intrascendencia. Los priistas y panistas han pausado su alianza electoral, aunque al arranque de la LXVI Legislatura federal han avanzado por la misma ruta. En la definición de las iniciativas contempladas dentro del llamado “Plan C”, su voto fue en contra y su ausencia de la sesión en la que se declaró la constitucionalidad de la incorporación de la Guardia Nacional a las Fuerzas Armadas, así como el reconocimiento de plenos derechos a las comunidades indígenas y afrodescendientes, finiquitó su relación con la administración lopezobradorista.
“No diremos ‘no’ a todo”, ha planteado Alejandro Moreno Cárdenas, dirigente nacional del PRI. Pero ¿dónde están los puntos de contacto, el ánimo conciliador, la altura de miras? El presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, fustigó la ausencia de la oposición de la sesión dominical.
“En política, los vacíos no existen”, sentenció.