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El crecimiento económico no va bien; se han hecho algunas cosas correctas, pero existen factores de riesgo.

El 2019 ha sido un año rico en complicaciones, pero pobre en crecimiento económico. El pronóstico más optimista proyecta que será 0.5% al final del año. El más pesimista lo sitúa en menos 0.1 por ciento. Ambas cifras están muy lejos de 2.5% que se auguraba luego del triunfo de López Obrador.

El año ha sido malo, en términos de crecimiento económico, pero no ha sido excepcionalmente malo, si lo comparamos con el primer año de cada uno de los últimos sexenios. En el sexenio de Ernesto Zedillo, la economía pasó de crecer 4.9% en 1994 a una caída de 6.3% en 1995. Con Vicente Fox, el PIB pasó de 4.6% en el 2000 a -0.4% en el 2001. En la administración de Felipe Calderón, la economía estaba creciendo 4.5% en el 2006 y se de- saceleró hasta 2.3% en el 2007. Enrique Peña Nieto recibió la economía creciendo 3.6% en el 2012 y pasó a 1.4% en el 2013.

Con estos datos a la mano, ¿debemos estar tranquilos, de cara al 2020? Yo pienso que no. Hay muchos factores de riesgo y también algunas dudas sobre la forma en la que el presidente está procesando la realidad económica. Cuando AMLO dice que tiene otros datos, me pregunto: ¿está viendo la misma película que los expertos, de izquierda, derecha; nacionales o internacionales? Cuando argumenta que no le preocupa el crecimiento, sino el desarrollo, ¿entiende lo delicado que es el no crecimiento económico? ¿Comprende que si la economía no crece, también se estanca la recaudación de impuestos y hay menos recursos para redistribuir?

La economía no va bien. El cero crecimiento del 2019 es reflejo de la incertidumbre, de la lenta ejecución del gasto público y un efecto no deseado de las altas tasas de interés que nos brindan estabilidad cambiaria y baja inflación. No crecer es un problema que no importaría tanto si en el 2020 se hicieran los ajustes necesarios para crecer.

¿Cómo se revertirá la desconfianza del sector empresarial? La reducción de la inversión fija bruta es prueba irrefutable de que las fotos de los principales empresarios con el presidente no sirven de gran cosa. El gobierno necesita repensar la estrategia de promoción de la inversión. Alfonso Romo no puede solo, mucho menos cuando hay otras áreas del gobierno que ponen cara de guerra a los empresarios. Es lógico y está bien que la jefa del SAT y el procurador fiscal persigan la evasión fiscal. Es correcto que la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General se esfuercen por construir casos de corrupción en contra de malos empresarios. Todo eso está bien, pero no es suficiente. El combate a la evasión fiscal y la lucha contra la corrupción son imperativos morales, pero no compensan la pérdida de foco en la promoción económica.

¿Qué ha pasado con las tareas sustantivas de Proméxico y el Inadem? En teoría, la atracción de inversiones y el impulso a los microempresarios fue retomado por otras dependencias, como Relaciones Exteriores y Economía. En la práctica, los números indican que hay cosas que dejaron de hacerse.

¿Quién ayuda a Romo en la promoción? El coordinador de la oficina de la Presidencia tiene muchos talentos, pero no es David Copperfield. Él no tiene superpoderes para de-saparecer la desconfianza y la incertidumbre que generaron acciones como la cancelación del aeropuerto y las acciones de contrarreforma energética. Son dos enormes elefantes que están en la habitación y que hacen muy complicado el convencer a empresarios de que es seguro invertir en grandes proyectos diferentes a los que impulsa el presidente.