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La xenofobia de Trump es la mayor amenaza a la integración económica futura.

En la primera semana de febrero, Donald Trump habló tres veces del muro que quiere construir en la frontera con México. Esa misma semana se inauguró un nuevo puente internacional de seis carriles y una puerta de entrada para agilizar el comercio y el tráfico entre El Paso y Ciudad Juárez.

Podríamos pensar que se trata de realidades paralelas. En una parte está un lunático que crece como figura política abusando de la retórica antimexicana. En la otra está una relación económica, cada vez más compleja, que incluye un comercio que vale más de 1 millón de dólares por minuto.

El problema es que no se trata de realidades paralelas. Estamos ante dos trenes que van en trayectoria de colisión. Con optimismo, podemos suponer que el pragmatismo económico acabará con esa pesadilla llamada Trump. México es el segundo socio comercial de Estados Unidos y la integración binacional es parte de una realidad que parece irreversible. ¿Sabían ustedes que las partes de un automóvil Ford atraviesan siete veces la frontera, durante el proceso de fabricación del vehículo?

El pesimismo tiene derecho a existir, sobre todo si comparamos a Trump con Hitler. En el momento del ascenso del nazismo, algunas de las mentes más lúcidas de Alemania ofrecían argumentos para no tomar en serio a un agitador que alborotaba a un público donde predominaba la frustración. En contra de todos los pronósticos racionales, Hitler se volvió líder e hizo monstruos de gente aparentemente civilizada. El resto es historia conocida.

El avance de Trump hacia la candidatura republicana parece inevitable. La conquista de la Casa Blanca es más complicada, pero ha dejado de ser imposible. Esto es una pésima noticia para México y los mexicanos. Seríamos gravemente afectados por un triunfo de Trump.

La construcción de un muro entre Estados Unidos y México es una aberración, pero es posible, porque está en el espíritu de esta época. En Europa, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha construido una barrera para aislar a su país de los inmigrantes.

¿Espíritu de la época? Suena metafísico, pero no lo menosprecien. En 1989, la caída del Muro de Berlín marcó el principio simbólico de una era de apertura y eliminación de fronteras que hizo posible la Unión Europea y el TLC entre México, Estados Unidos y Canadá, entre otras cosas.

El muro de Trump está hecho con ladrillos de demagogia, pero no puede ser menospreciado. Forma parte de una estrategia política que ha sido muy exitosa, porque está encontrando eco en una sociedad indignada. La idea es odiosa, pero podría convertirse en una realidad si el respaldo a Trump sigue creciendo. No importa que la zona fronteriza entre México y Estados Unidos sea una de las regiones económicas más ricas del mundo, gracias a un tejido binacional que está produciendo clústeres binacionales en actividades tan diversas como servicios médicos, manufactura avanzada, agricultura, ganadería y proceso de alimentos.

Mucho se ha logrado entre México y Estados Unidos en las últimas tres décadas, pero el futuro de eso no está garantizado. La xenofobia de Trump es la mayor amenaza a la integración económica futura. La economía es una fuerza muy poderosa, pero no está por encima de todas las cosas. Podríamos preguntarnos si una doctrina del odio puede hacer pedazos 25 años de integración económica. Más vale no averiguarlo.

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