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Algo sucedió durante agosto que la economía de Estados Unidos y la de México tuvieron un freno en su proceso de recuperación.

La maquinaria estadounidense repentinamente hizo verano y se estacionó durante el octavo mes del año. Se crearon menos empleos, se desaceleró la maquinaria industrial, y una serie de indicadores mostraron números que hacían dudar de la fortaleza de la recuperación.

Sin embargo, los números ya disponibles de septiembre dejaron ver que se trató de un bache, de una pausa en un proceso de recuperación que sí parece tener el vigor suficiente como para levantar a buen nivel el vuelo de la economía más grande del mundo.

De hecho, han sido esos buenos datos estadounidenses los que han alimentado la especulación en torno a que la Reserva Federal de ese país estaría cerca de poner fin a sus planes de liquidez y tasas en niveles cercanos al cero.

No era difícil pensar que la economía mexicana habría de sufrir la misma suerte que el motor que la mueve. Sigue siendo de total validez la comparación de Estados Unidos como la locomotora y México como el cabús económico que se mueve muy atrás, pero al mismo ritmo.

La tímida recuperación lograda hasta ahora está sustentada básicamente en la industria de exportación de manufacturas que tiene en Estados Unidos su principal mercado de destino. Si allá están produciendo y comprando a buen ritmo, acá se nota de inmediato.

Evidentemente, si se presenta un freno en la industria y el consumo en el país del norte tal como ocurrió en agosto pasado, de este lado también se dejan sentir los efectos por esa vocación de proveeduría de la industria local.

Sigue sin aparecer una buena razón para explicar el bache de agosto, porque se incumplieron prácticamente todos los pronósticos que ya consideraban los efectos de las vacaciones del verano.

Y como México es más lento en la publicación de su información económica, es hasta ahora que nos enteramos de los efectos locales.

El IGAE de agosto, entonces, con una caída de 0.17% no es sorpresa por ese rebote esperado. Sin embargo, sí preocupa que el mercado local se mantuviera sin reacción hasta ese momento.

Esto tendría que obligar a pensar que el gobierno federal y su estimación de 2.7% quedaron otra vez en la parte más optimista de la tabla de los pronósticos económicos.

Septiembre y sus datos disponibles, como la creación de empleos formales registrados ante el IMSS, parecen ofrecer otra cara. Sin embargo, el bache aquí quedó para recordarnos la fragilidad de la recuperación económica, sobre todo cuando depende de factores externos más que los motores internos, todavía tan apagados.

La zona de turbulencia en la que se mueven los mercados desde el mes pasado promete no tener mayores repercusiones en la economía interna, en la medida en que se compruebe su carácter de tormenta temporal.

Si se extiende y aumenta la depreciación del peso, por ejemplo, habría que medir su efecto positivo en las exportaciones y negativo en la inflación, pero todavía es pronto para adelantar algo así.