Elecciones 2024
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El libro ‘El Show de Trump’ lo escribió el periodista Mark Singer, a partir de un reportaje sobre el perfil del empresario neoyorquino que Tina Brown, editora de The New Yorker, le ordenó redactar después de conseguir, con muchas dificultades, la anuencia de Trump. “Te va a encantar –dijo la editora. ¡Es un embustero de primera, te va a fascinar! Le dije que también tú lo ibas a fascinar”.

La señora Brown se equivocó en su pronóstico: ni Mark Singer fascinó a Donald Trump, ni éste a Singer; lo que sí, el periodista tuvo ocasión de comprobar el magistral manejo del embuste por parte del empresario. En las primeras páginas del libro, Singer comenta cómo fue su relación con el magnate: acompañarlo a varios lugares, verlo hacer negocios y tratar de comprender su manera de hacerlos. “Desde el principio, establecimos nuestra dinámica de trabajo: acepté de modo tácito que era su instrumento. En el mundo Trump sólo tenía permiso de escuchar, mirar y hacer preguntas, de vez en cuando”. Esto fue en 1997. La información periodística fue ampliada y publicada como libro en el 2016 cuando Donald ya era candidato a la presidencia. Por cierto, la publicación tiene como subtítulo la frase: Perfil de un vendedor de humo.

Citar la obra del periodista Singer viene al caso por un hecho que reseña: “Un día, Trump recibió en su oficina la llamada de un banquero, especialista en inversiones. El intercambio fue opaco y cuando colgó le pedí que me lo explicara: —Hago que el mundo sea aún más complicado—me dijo. —¿Perdón?— Siempre conviene hacer las cosas del modo más complicado posible para que nadie entienda lo que hiciste”.

Considero que en esta anécdota está compendiada la filosofía Trump sobre la manera de tratar a sus contrapartes en los negocios, antes ,y, ahora, en la política. Así entiendo que durante varios días la táctica del enajenado que gobierna Estados Unidos haya traído a nuestro país, a su gobierno, a su economía y a sus habitantes por la calle de la amargura al anunciar el cobro de un arancel progresivo del 5 al 20 por ciento a todos los productos mexicanos exportados a aquel país como castigo por no evitar la inmigración irregular que entra por nuestra frontera Sur.

La medida que entraría en vigencia ayer lunes fue desactivada —temporalmente— por el equipo mexicano de negociación encabezado por Marcelo Ebrard. Si fuera futbol diríamos que el partido se empató. Para los optimistas el empate tiene sabor a victoria y para los pesimistas a derrota. En lo personal me declaro pertenecer al grupo de estos últimos, bien dicen que un pesimista es un optimista con información.

La realidad es que estamos ante una fatalidad geopolítica. Es cierto que la aplicación, unilateral e injusta, de aranceles a los productos mexicanos hubiera provocado un derrumbe económico de graves consecuencias para nuestro país del cual, al menos durante noventa días, estamos a salvo, pero lo que se concedió a cambio no es poca cosa: México se comprometió a recibir a todos los migrantes que Estados Unidos decida enviarnos mientras se estudian sus casos para ver si es aceptada su solicitud de asilo. El estudio de cada caso puede llevarse muchos meses, quizás años. Serán decenas de miles los rechazados a los que nuestro país, por tiempo indefinido, tendrá que darles trabajo, salud y educación. Tres cosas que la mitad de los mexicanos no tienen. ¡Éramos pocos y parió la abuela!

Se anota a favor de la delegación negociadora mexicana —Ebrard para el 2024— la negativa a que México sea “el tercer país seguro”, una disposición que desean los gringos —at egg. México propuso un plazo de 45 días —¿hábiles?— para probar que se puede poner un alto a los inmigrantes en su frontera Sur. Para ello destinará seis mil hombres de la inconclusa Guardia Nacional —la décima parte de ésta— como vigilantes en los 965 kilómetros que tenemos de frontera con Guatemala para evitar el cruce de centroamericanos por nuestro país. Seis mil hombres en una extensión de 965 kilómetros nos da un promedio de un hombre cada 161 metros para repeler a mujeres, niños y hombres con hambre.

La campaña de Donald Trump para ser presidente del país más fuerte del planeta fundamentó parte de su éxito en la promesa de construir un muro en la frontera Sur con el fin de negarles la entrada a los mexicanos que calificó como violadores, narcotraficantes y asesinos. A dos años cinco meses de su gestión, el magnate de ego rampante, más necesitado de atención que un recién nacido, puede decirle a los estadounidenses que ya cumplió su promesa. El muro quedó un poco más al Sur, pero existe, se llama México.

Colofón

El Twitter más rápido del Oeste, el hombre que piensa que la Luna está en Marte, Donald Trump, agradeció al presidente Andrés Manuel López Obrador y al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, por “trabajar tanto tiempo y duro” para conseguir el acuerdo sobre migración. Al respecto el periodista español Jacobo García dio cuenta en el periódico El País del comentario de una fuente de la Cancillería mexicana que pidió no ser citada que resumió la estrategia de Trump como “el arte de patear al perro y acariciarlo después”.