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El dato preliminar del Inegi sobre el comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB), dado a conocer a finales de enero pasado, era más que suficiente para confirmar que la economía mexicana se había estancado durante el 2019.

No resultó ninguna novedad que en la cifra definitiva dada a conocer esta semana se tuviera una caída del PIB durante el año pasado de -0.14 por ciento. Los datos que se acumularon a lo largo del año, lo mismo de la actividad industrial, los niveles de confianza empresarial, los indicadores de consumo y empleo ya marcaban ese camino de baja.

Ciertamente que el gobierno federal necesita tener cifras oficiales, definitivas, para poder eventualmente tomar una decisión en materia económica del tamaño de bajar su propia estimación del crecimiento económico y con ello ajustar su gasto público.

Desde que en septiembre del año pasado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador hizo llegar el Paquete Económico al congreso, para que su mayoría lo aprobara sin mayores dificultades, se cuestionó lo ambicioso de sus metas a la luz de la realidad económica que ya se vislumbraba.

Por aquellos días, las expectativas de crecimiento de la economía para este año todavía andaban en 1.5 por ciento. Hoy prácticamente nadie valida una expectativa de crecimiento por arriba de 1 por ciento.

Además, a las calamidades internas, propias de un mal manejo económico, hay que agregar esta incertidumbre por los efectos económicos mundiales de la nueva cepa del coronavirus.

Sin embargo, es la fecha en que la Secretaría de Hacienda, ya con la confirmación de la caída en la economía el año pasado, no ha corregido sus expectativas para este año, empezando por la estimación de que el PIB tenga una expansión de 2 por ciento.

Ver que el presidente acepte que va por el camino económico equivocado es pedir demasiado. Basta con que discretamente ajuste a la realidad la expectativa económica del gobierno y con ello que ajuste sus estimaciones de recaudación y recorte el gasto público.

Los mercados no andan para irresponsabilidades financieras y menos cuando tienen en la mira las calificaciones crediticias de México.

Y así como no tiene prisa la 4T para aceptar la realidad del estancamiento económico, así tampoco parecen correr ninguna prisa para tratar de impulsar la economía. El propio presidente López Obrador ha dicho que la falta de crecimiento no le importa y que no va a cambiar su estrategia económica.

Son los empresarios los que tienen que ir a tocar la puerta de Palacio Nacional para tratar de acelerar los tiempos y afinar los alcances del retrasado plan de inversiones. Y por lo visto, siguen sin claridad sobre cuándo se presentará el famoso plan y los alcances que podría tener.

Debería ser el gobierno federal el más interesado en atraer las inversiones privadas para cambiar la suerte de la economía mexicana. Debería haber el reconocimiento de que las metas establecidas en el Paquete Económico son inalcanzables y debería entenderse el contexto económico-financiero global como un riesgo adicional.

Pero el narcisismo de los otros datos parece garantizar el estancamiento.