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Probablemente, la mayoría de la minoría de personas que leen esta columna, conozcan el chiste de la madre que le dice a su hijo que no debe mentir, que es de mala educación hacerlo. Suena el teléfono, el niño lo contesta. Es una persona con la que la señora no quiere hablar. La madre le dice al hijo: dile que no estoy. Si como dijo K. Fisher, citado por Sigmund Freud —austriaco, padre del psicoanálisis (1856-1939)— “el chiste es un juicio desinteresado”, el veredicto del chiste que usted acaba de leer es que en nuestro país la mentira y la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace forma parte de nuestra educación, está en nuestra naturaleza. Por éstas mismas razones somos una sociedad escéptica y recelosa de lo que nos dicen. Cierro el párrafo con una ocurrencia: para engañar a un mexicano, dile la verdad.

El encabezado de este texto es similar al del libro de la periodista, novelista, socióloga, investigadora y ensayista, Sara Sefchovich, País de mentiras —con el títere Pinocho en la portada— un ensayo completísimo y bien documentado, publicado en el 2008 por Editorial Océano sobre la mentira en la vida pública de nuestro país, donde se demuestra que desde que fuimos colonia, donde se decía de las leyes virreinales: “obedézcase pero no se cumpla”, hasta la primera década del siglo XXI cuando a los emisores del discurso público sólo les preocupa la repercusión de éste entre la población y por eso, según la señora Sefchovich, se “explica que hagan acciones tan absurdas como repetir la detención de unos secuestradores para filmarla”. La publicación de manera extensa nos demuestra que “aunque pasen los años y con ellos las modas ideológicas, aunque cambien los partidos en el poder y los funcionarios en el gobierno a los ciudadanos nos mienten una y otra vez”.

Pondré un ejemplo de una mentira institucional a propósito de que entre la noche de ayer y la madrugada de hoy se cumplieron ocho años de los acontecimientos de Iguala, Guerrero, donde desaparecieron 43 normalistas de Ayotzinapa. El autor de lo que con exceso de cinismo y carencia de civismo se llamó la “verdad histórica”, el procurador General de la República en aquellos momentos, José Murillo Karam, fue aprehendido el pasado 19 de agosto y vinculado a proceso por los delitos de desaparición forzada, tortura y contra la administración de justicia. Un día antes, el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas Rodríguez, reconoció lo obvio, que no había indicios de que los normalistas desaparecidos estuvieran con vida y que se trató de un crimen de Estado, desacreditando, por si hiciera falta, la verdad histórica la cual los ciudadanos ya habíamos reconocido como una evidente mentira. El subsecretario señaló, sin decir nombres, que autoridades federales del nivel más alto fueron “omisas y negligentes” ante el caso, además reveló la existencia de 20 órdenes de aprehensión contra mandos de militares y personal de los batallones 27 y 41 del Ejército en Iguala, de las cuales sólo se han cumplido cuatro que provocaron que la Secretaría de la Defensa Nacional no acepte que se vincule al Ejército nacional en actividades delictivas.

Según un trabajo periodístico de Diana Lastiri para el semanario Proceso que circula esta semana, la Sedena blindó la defensa de los cuatro detenidos con el auxilio de un despacho de abogados. Dos de ellos César González y Alejandro Robledo desestiman por inconstitucional el informe de Encinas y manifiestan que hay irregularidades en la acusación contra sus defendidos, en particular contra el hoy general de brigada en aquel entonces coronel, José Rodríguez Pérez, de quien dicen que no sólo fue ajeno a la desaparición de los normalistas, sino ordenó que los auxiliaran. ¿Será verdad? O, ¿estaremos frente a una mentira más?

Punto final
Las mitológicas sirenas fueron mujeres que con engaños abrieron las piernas hasta quedar escamadas.