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Comienzo con una fe de erratas: en la columna del martes escribí José en lugar de Jesús cuando me referí al nombre del creador de la verdad histórica más chafa de la historia: Murillo Karam.

La columna de hoy es continuación de la del martes publicada con el encabezado: México: país de mentiras, título similar al del libro de la periodista, novelista, socióloga, investigadora y ensayista, Sara Sefchovich. De la misma obra —País de mentiras, de Editorial Océano, publicada en el 2008—, tomo prestado el título de la columna que usted lee, corresponde a la denominación que la señora Sefchovich le dio al epílogo de la primera edición de su bien documentada obra.

En el prólogo de su libro la académica de apellido difícil de pronunciar y de prosa fácil de leer, comienza por citar El laberinto de la soledad ensayo sobre la psicología del mexicano de Octavio Paz, poeta y Premio Nobel de Literatura en 1990: “La mentira inunda la vida mexicana: ficción en nuestra política electoral, engaño en nuestra economía (…) mentira en los sistemas educativos, farsa en el movimiento obrero (…) mentira en la política agraria, mentira en las relaciones amorosas, mentira en el pensamiento y en el arte, mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada se enfrenta a su verdad”.

Más adelante, doña Sara, explica los motivos por los que escribió y publicó su ensayo: (para poner) “en evidencia y con crudeza la situación en la que vivimos los mexicanos: nos han engañado tanto que ya no sabemos en dónde estamos parados y el desastre es enorme. Pero había que decirlo. Porque ya es hora de que nuestros poderosos se den cuenta de que nos damos cuenta. Porque estoy de acuerdo con Pablo González Casanova de que la mejor manera de amar a México no es ocultando sus problemas, sino al contrario, sacándolos a la luz. Y porque creo con Guy Sorman que la diferencia esencial entre las sociedades radica en su capacidad de autocrítica”.

Lo anterior aunado a la columna del pasado martes nos lleva a concluir que los mexicanos estamos condenados a la mentira. El más reciente ejemplo: el caso de los 43 de Ayotzinapa, que según lo ocurrido en la semana conmemorativa del octavo aniversario del triste acontecimiento: la única verdad es la mentira. Porque al decir del Vidulfo Rosales, abogado de los padres de los normalistas desaparecidos —eufemismo: mentira venial—, para no decir asesinados, el presidente López Obrador mintió cuando prometió aclarar el destino final de los normalistas durante su sexenio. Por otro lado, el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, funcionario de la más pura esencia morenista, quien logró, a través de la Comisión de la Verdad y el Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa, una investigación más congruente en la que involucró a, cuando menos 20 militares, es desmentido por los abogados contratados por el mismísimo Ejército que se ha visto ampliamente favorecido por el gobierno de la 4T. Mientras tanto hay filtraciones procedentes de la Fiscalía General de la República, cuyo titular Alejandro Gertz Manero ha demostrado que sólo atiende sus propios intereses sin que nadie —senadores o el propio Ejecutivo— inexplicablemente le pidan su renuncia ni nos digan por qué sigue ese señor ahí.

Inclusive en algo aparentemente nimio como es el futbol, a casi 50 días del Mundial de Qatar, al seleccionado nacional le urge un centro delantero goleador. Javier el Chicharito Hernández, el máximo goleador histórico del equipo nacional, está haciendo goles con su equipo Galaxy de Los Ángeles, sin embargo no irá a la competición por algo que ni el entrenador ni los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol quieren revelar.

¡Una verdad por el amor de Dios!

Punto final

-¿Por qué vas tan elegante a la universidad?