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Las decisiones importantes me remiten al Metro, donde no sirve gritar “¡suben…!” o “¡bajan!” cuando el convoy arrancó.

Hoy, Andrés Manuel López Obrador tiene aún la magnífica oportunidad, no de “reconocer” al gobierno de Juan Guaidó, sino de al menos desconocer el que detenta Nicolás Maduro.

Esgrimir la Doctrina Estrada implica violar los compromisos internos e internacionales que México tiene con la defensa de los derechos humanos.

Aferrarse a la no intervención, la autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de las controversias parece bien, pero solo lo parece, porque en distintas ocasiones se ha intervenido directa o indirectamente.

Uno de los próceres que figura en el logotipo del actual gobierno, Lázaro Cárdenas, no tuvo el menor empacho en apoyar a la República frente a la sublevación franquista, a pesar de que desde 1930 el canciller Genaro Estrada (con Pascual Ortiz Rubio en la Presidencia) había dado a conocer su receta de comportamiento diplomático. Luis Echeverría no canceló las relaciones con Chile, pero tomó partido contra la dictadura de Pinochet alentando y abriendo las puertas al exilio de disidentes y perseguidos. José López Portillo las terminó con Anastasio Somoza en Nicaragua y respaldó (con dinero y equipo) a los sandinistas, como lo hizo de facto con el de El Salvador al reconocer al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional como fuerza beligerante.

De Nicolás Maduro se sabe bien de su corrosivo desequilibrio; que el golpista Hugo Chávez lo designó sucesor; que habla con pajaritos; que afirma que viajó al futuro (¡y regresó!); que su ejército mantiene sometidos a los venezolanos, quienes viven su peor crisis humanitaria; que su régimen ha perseguido, encarcelado y asesinado a centenares de disidentes; que desconoció a la asamblea nacional constitucional por haber en ella una mayoría opositora y montó una a modo para intentar legitimarse, y que viola de manera consuetudinaria las garantías de los ciudadanos.

Es un pobre diablo, pero también un golpista “civil”.

A principios de 2000, en plática con algunos periodistas, Vicente Fox comentó que no veía problema en permitir que los Monos Blancos de Italia marcharan a la capital con los zapatistas de Marcos. Carmen Aristegui le recordó que los extranjeros no puden participar en asuntos mexicanos y él replicó: “Ese es un cuento”. Yo le dije que el “cuento” estaba en la Constitución, pero no se amilanó. Respondió que en la Carta Magna “hay muchas cosas”, entre éstas la de las garantías individuales y sociales y que, puesto a elegir, optaba por la libertad, hasta de que los extranjeros se manifestaran en aquella caravana.

Maduro es un pobre, pero peligroso tirano.

Entre la Doctrina Estrada y los derechos humanos de los venezolanos México debe optar. Es mejor hacerlo ya que esperar a que en esa nación haya un baño más de sangre.

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