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No hace mucho tiempo comenté con un tomador de decisión que la violencia familiar estaba creciendo y que se estaban presentando hechos patéticos contra las mujeres, las niñas, los niños y adolescentes, no sólo de maltrato físico, psicológico, sino de abuso sexual y drogadicción.

Mencioné que era necesario hacer algo al respecto, más allá de la asistencia a las víctimas.

La respuesta me aturdió: sí, es un problema grave, contestó. Pero eso lleva mucho tiempo, requiere muchos recursos y no genera votos.

Sin duda, el tema de la violencia familiar es multifactorial, de muchas dimensiones, de muchas opiniones. De un costo que puede ser elevadísimo.

Es un asunto que ha existido por años y perpetuado en la dinámica familiar como “algo normal” porque “así son las cosas”, pero que se ha visibilizado ahora con mayor énfasis al grado de que los indicadores muestran un crecimiento constante en tres grandes delitos:

– La violencia familiar, per se en que existen maltratos físicos, psicológicos, materiales, económicos y de otra índole contra alguno de los integrantes de la familia.

– La violencia de pareja (que incluye la de noviazgo) y que en la mayoría de los casos es la antesala del feminicidio. No implica que la pareja esté casada, pero sí que haya tenido una relación sentimental/íntima.

– La violencia de género, donde el maltrato en el ámbito familiar se da por la condición de ser mujer.

– El abuso sexual infantil que se agrava cuando alguno de los integrantes de la familia es el victimario y, peor todavía, cuando alguien de la familia lo sabe y lo calla, por temor, por conveniencia o por no saber qué hacer.

Hoy en día se ha visibilizado esta situación por la clasificación que hubo de estos hechos y el surgimiento de instancias especializadas de procuración de justicia que atienden estos casos, pero que hoy no se dan abasto por la gran cantidad de denuncias que se hacen, muchas de las cuales terminan sin avanzar por falta de ratificación de las víctimas, esto que en derecho se llama la pérdida de interés jurídico.
En días recientes, personal ministerial -que guardó el anonimato- comentó a un periodista que “el principal factor que ha impedido la contención del fenómeno es el perdón legal que terminan otorgando las víctimas a sus agresores… Así ha sido siempre, la víctima llega a denunciar los hechos, pero luego ya no acude a darle seguimiento y eso genera impunidad del agresor. Desafortunadamente se genera un círculo vicioso porque en muchos casos la agresión se repite… el perdón de las víctimas en su mayoría es porque son dependientes económicos de su atacante, que casi siempre es el esposo o la pareja sentimental”. (Diario de Victoria/ 6 de marzo 2024).

Lo anterior pueda explicarse porque tras una agresión que sufre la mujer, o sus hijas e hijas, acude confusa a las instancias ministeriales, como una salida inmediata para buscar protección o establecer una especie de barrera o reprimenda al agresor. Pero el tema de fondo no se resuelve, la violencia persiste, el abuso persiste porque no cambian las condiciones que la propician.

También, recientemente una alta funcionaria relacionada con temas de mujeres dijo que reducir la violencia familiar a los más bajos niveles o evitarla “se llevará tiempo para ver un cambio, ya que mucho de ello es cultural”. Agregó que “la violencia ocurre en ámbitos cerrados y, en otros casos, es difícil cambiar la manera de pensar de todas las personas”.

Lo menos que puede esperarse de una problemática de este tamaño como es la violencia familiar (y con ello la de género, de pareja y el abuso sexual infantil) es una actitud derrotista. O consentir que es algo inercial.

El Estado tiene una gran responsabilidad. La violencia no sólo está en las calles. Nace desde el núcleo familiar.

El presidente López Obrador afirma que una de las grandes fortalezas contra la violencia está en la familia, en la cultura que se preserva en las familias. Sin duda, pero algo delicado pasa en la dinámica familiar en México que las estadísticas -aun con sus tendencias descendentes- sitúan a la violencia familiar como uno de los principales delitos de alto impacto en el país.

Sergio Cervantes, productor de vídeos, elaboró hace tiempo un clip de un minuto denominado cadena de violencias. Relato las imágenes: Un hombre es regañado con voz alta por su jefe en tono agresivo; el hombre llega a su casa y discute a gritos con la esposa, sin más… la esposa reprende a su hijo… y su hijo se convierte en líder de un grupo en la escuela que comete bullying contra un alumno… y al final se ve, en un plano desenfocado, al alumno con un arma de fuego, la cual acciona contra una víctima que está fuera de cuadro…

Hace unos días también, en una gira, la secretaria de Seguridad Pública, Rosa Icela Rodríguez aceptó que la violencia familiar está creciendo en el país. Y planteó algo que pareció ser más una salida que una perspectiva de acción o política pública:

“Exhortó a toda la sociedad atender este delito con diálogo entre las familias para evitar que crezca en las colonias y comunidades, porque la violencia contra las mujeres y niñas no es natural”. “… hay que ir casa por casa para atender la violencia familiar, dijo. (Ovaciones/ 13 febrero 2024).

El gran problema de la violencia de género, de la violencia familiar y del abuso sexual infantil está en que hay una especie de “normalización” al interior de la familia. ¿Cómo entonces dialogar de algo que es normal, sobre todo en un entorno de polarización social?

Una de las mejores herramientas que existe para generar conciencia en las mujeres es el Violentometro. Es una escala donde la mujer va viendo de manera gráfica y sencilla los diferentes tipos de violencia y su nivel de gravedad, hasta antes de llegar al feminicidio. Es, sin más, uno de los mejores instrumentos de concientización.

No es sencillo, pero una de la grandes tareas, antes -pero sin descuidar que sea en paralelo- es crear conciencia en las familias de la violencia que prevalece en su núcleo, lo cual requiere de acciones de gran dimensión que sólo las entidades públicas pueden realizar por el necesario despliegue de especialistas, capacitadores, facilitadores, psicólogos, médicos, abogados, trabajadoras y trabajadores sociales, con un enfoque mutidisciplinario y las perspectivas de genero y las de niños, niñas y adolescentes.

¿Cuesta?. Sí, mucho tiempo y muchísimo dinero.

Una de las claves de una mejor sociedad está en crear conciencia en la mujer de la situación que vive y de empoderarla no sólo económicamente.

La violencia no está sólo en el ámbito exterior de nuestras vidas. Empieza en casa, en el núcleo familiar donde las conductas inconscientes se dejan pasar como “algo normal” y hasta se validan “porque así es la vida”.

El empoderamiento de las mujeres exige que se les facilite no sólo una asistencia a través de casas de refugio, de programas de ayuda superficial para enseñarles a resolver su economía inmediata, sino en primera instancia el mayor reto es crear conciencia en ellas del punto en que se encuentran como seres humanos, para romper cadenas de sujeción material y emocional, que les permita descubrir sus grandes potenciales y con ello ampliar sus horizontes y visión de un mundo dominado ad eternum por los hombres, pero -en muchísimas ocasiones- perpetuados por ellas de manera inconsciente.

Para romper la cadena de violencias, hay que recomponer la dinámica familiar, que si bien cae en el ámbito de lo privado, requiere de herramientas públicas, de políticas y acciones firmes y efectivas para generar conciencia en ellas.

El respeto lo ganarán ellas cuando su autoestima se consolide; su independencia, cuando sean ellas la que elija su propio destino -aun en pareja; su futuro cuando sean perseverantes en sus decisiones y tengan claro el rol de las dependencias emocionales.

De ellas depende mucho el surgimiento de una nueva sociedad, de la consolidación de valores y, sobre todo, cortar de tajo la preponderancia masculina si, desde casa se deja de consecuentar a los hijos varones y minimizar a las hijas o, peor aún, justificar a los hombres.

Las acciones y políticas públicas deben pasar primero por la prevención, generando conciencia masiva en las mujeres; segundo, crear las herramientas que las empoderen y tercero, las instancias y legislaciones coercitivas que castiguen.

De nada sirve sólo castigar al que violenta -de ida y vuelta entre géneros- si no se incide en la prevención.

No es sencillo, esto no genera votos, pero si puede generar un mejor país.