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“Se miente más de la cuenta, por falta de fantasía, la verdad también se inventa”.

Antonio Machado, citado por Mario Bennedeti.

La batalla de la comunicación, hoy en día, se da en el campo de las percepciones. Esa es una premisa que si bien ha estado vigente por años, en la actualidad adquiere mayor relieve.

Y pareciera es la tónica sobre la cual se mueve Presidencia de la República, en un escarceo de tratar de combatir las malas percepciones generadas por la publicación de investigaciones periodísticas sobre supuestos vínculos de personas cercanas a Andrés Manuel López Obrador con gente de la delincuencia organizada, atacando con percepciones negativas para los medios que publicaron, a base especialmente de epítetos: “Pasquín inmundo”, por ejemplo al referirse al diario neoyorquino o de descrédito al ex corresponsal del mismo periódico en México.

La regla general en la gestión de las crisis es mitigar los impactos negativos una vez que se desata el hecho crítico -en este caso las publicaciones de Tim Golden y luego The New York Times.

Pero fuera del texto de ProPública, lo que más enfureció al Presidente fue la publicación que haría The New York Times, al grado de que antes de que se insertara el reportaje en el periódico, López Obrador se anticipó dando a conocer el cuestionario de la corresponsal en jefe de ese periódico en México, Natalie Kitroeffen, en un intento de ganar en la réplica.

Es decir, se ha estado haciendo un “control de daño” y no una gestión de crisis, lo que redundó en que en vez de lograr una implosión, para lograr que el impacto quedara reducido y no tuviera un efecto expansivo, se optó por una especie de explosión, con argumentos deshilvanados que causaron varios daños colaterales, empezando por la develación del número telefónico de la periodista y la acción de YouTube de bajar el video de la conferencia matutina del jueves 22 de febrero.

La gran ventaja de optar por la gestión de crisis y no el control de daños -éste último que es habitual en Palacio, a veces con resultado positivo para ellos porque han logrado desactivar varios hechos críticos al desviar la conversación y desmentir las imputaciones- es que permite integrar argumentos sólidos y definir las acciones más efectivas para bajar el impacto negativo al mínimo, incluso en las “benditas”, hoy “malditas” redes sociales.

Han pasado más de 5 días y quien ha contribuido a que el tema siga en los medios tanto convencionales como en los digitales ha sido el propio Presidente al repetir una y otra vez las acusaciones contra los medios, nacionales e internacionales; sus dueños y los periodistas que en ellos trabajan.

Probablemente la intención que se busca es dosificar la misma medicina que le aplicaron a López Obrador, o -en sus términos propios- si no manchar, si tiznar a los medios y sus periodistas.

Las redes sociales -sobre todo esas que no se ven de manera masiva, pero sí están hasta en la intimidad personal, como whatsapp- siguen teniendo alimento, gracias a que el Presidente persiste en el tema, en un intento de desacreditación de los medios.

Una manera o métrica para evaluar los impactos de una situación crítica se basa en dos ejes: impacto y tiempo. Y dentro de ellas está el volumen (de textos, notas, tuits/post, retuits/réplicas o menciones, así como mensajes). La persistencia que se refiere a la duración en horas o días del impacto negativo, a partir del volumen. Y la consistencia, es decir, de quienes inciden en las conversaciones por su liderazgo o relevancia -lo que incluye a las cuentas líder robotizadas.

¿Qué ha sucedido con el Presidente al mantener el tema todos los días, desde que apareció ProPublica y luego al evidenciar la carta de The New York Times?

López Obrador está contribuyendo -así sea con la intención de desmentir hasta el cansancio y replicar “las falsedades” de los medios estadunidenses- a que el volumen de textos relacionados con el caso persista por muchas horas y días alimentando la tendencia o trending topic y dando consistencia a quienes intervienen en la generación de los textos o informaciones relacionadas con el tema que se pretende mitigar.

¿Sería mejor ya el silencio? Probablemente. Lo han hecho ya con las imputaciones en contra de los hijos del Presidente y otros asuntos espinosos. O los han desvirtuado con mofa en la sección de Elizabeth García Vilchis donde también acomodan verdades a modo para atacar lo que estiman son mentiras completas. La guerra de las percepciones, al fin.

En esa batalla, los medios -sobre todo los internacionales- no cesarán de poner el ojo, la atención selectiva en México. Ya The Wall Street Journal publicó recientemente que bajo la política de abrazos, no balazos, crece la influencia del crimen organizado.

En su columna En Privado comentó que “el Presidente no se puede desenganchar el tema del narcotráfico, con el que lleva atrapado una semana. Ahora lo ha llevado al conflicto con el New York Times, YouTube y con todos, claro. Si es estrategia, resulta incomprensible”.

Pareciera que más que estrategia o gestión de crisis están aplicando el control de daño, pretendiendo revirar el impacto pero con la agravante de que -como en arenas movedizas- cada vez que se patalea se hunden más, con revelaciones o argumentos que parecen improvisados -en vez de tener posturas sólidas-, como aquello de que “por encima de la ley está su autoridad política, su autoridad moral… por encima de la ley está la libertad”.

Los anarcos, de plácemes.

PostScriptum.- En su entrevista con Joaquín, en Radio Fórmula, Claudia Sheinbaum minimizó a Twitter: “ya casi nadie lo usa”, dijo al referirse al golpeteo en redes. Puede que esa plataforma por sí misma no cause mayores estragos aunque sigue siendo el carrier (alimentador) más efectivo. Hoy la letalidad de whatsapp y otras redes privadas similares es mayor porque se alimentan de todo lo que ocurre y se publica en las redes y llegan al teléfono, prácticamente en tiempo real y en cualquier lugar. En la batalla de la comunicación no hay medios menores. Hoy todos están integrados.